Emocionado al hablar de su esposa y profundamente entregado a Dios, en quien deposita su "sed de justicia", Jorge Fernández, el marido y presunto asesino de la española Pilar Garrido, espera el juicio desde un penal mexicano convencido de su inocencia.

"Si la voluntad de mi Padre es la inocencia que así sea, y si la voluntad de mi Padre es que pase 50 años de mi vida (en prisión) por algo que no hice, algo bonito saldrá de eso también", dice Fernández en entrevista exclusiva desde el penal de Ciudad Victoria en el que hoy cumple un año preso.

Sereno y relajado, Fernández abrazó la fe desde que ingresó en el Centro de Ejecución de Sanciones, acusado de golpear y estrangular a su mujer. "Tengo sed y hambre de justicia, pero no la justicia que da el mundo", confiesa.

De 34 años, Garrido desapareció el 2 de julio de 2017 cuando viajaba con su marido y su bebé en auto por una carretera del nororiental estado de Tamaulipas, uno de los más peligrosos del país.

La pareja regresaba de la playa cuando, según Fernández, fueron interceptados por hombres armados y se llevaron a la mujer. Días después encontraron restos óseos y jirones de ropa, y las pruebas de ADN determinaron que era Garrido.

En medio de muchas incógnitas y con un atención mediática voraz en ambos lados del Atlántico, el 29 de agosto el caso dio un giro de 180 grados cuando la fiscalía de Tamaulipas detuvo al esposo por el asesinato.

"No es que mantenga mi versión; es que es la verdad", reitera hoy Fernández, que dice no tener miedo. "Tengo plena fe en que todo esto está obrando para bien", apunta el hombre, de 35 años.

Detrás de este discurso se esconde un intensa devoción, y advierte de ello desde el principio: "Esta no será una entrevista normal".

Fernández repasa episodios de antes y después del fatídico 2 de julio, un suceso que dejó destrozadas a dos familias.

"Muchas barbaries se hablaron. Pero las personas que realmente conocieron mi matrimonio saben la calidad de padre y esposo que era", indica.

En prensa, y atizado por varias personas supuestamente cercanas a la pareja, se lanzaron muchos dardos contra el inculpado, licenciado en Criminología y con maestría en Administración Pública.

"Un criminólogo no es un criminal. Es alguien que estudia el crimen y la criminalidad y lo utiliza para prevenir el delito y ayudar a la sociedad para que no ocurra lo que le pasó a mi señora", sostiene.

Aunque tranquilo buena parte de la conversación, contiene el llanto al hablar de Pilar, con quien estuvo 11 años y a la que conoció en Barcelona cuando ambos eran estudiantes -ella de Periodismo, él de intercambio- de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

"Cuando la vi supe que ella era especial", apunta.

Garrido, continúa, era "muy inteligente y hermosa, por dentro y por fuera, amigable. Una excelente madre y esposa", explica el reo. Y afirma que entre ellos "fluía el amor".

"Era humilde y defensora de los derechos. Era de izquierdas" y ante "una minúscula parte de maltrato en mi relación (el suceso) hubiera salido a flote", agrega.

Asegura que nunca le levantó la mano y, casi como una anécdota, recuerda que solo una vez la pellizcó por debajo de la mesa. "Estaba siendo muy sincera, y los mexicanos a veces decimos las cosas de una manera (distinta) para no ofender", refiere.

Cuenta con el sostén total de sus padres, Adriana y Jorge, quienes le han demostrado "apoyo incondicional", y también de la familia política. "Pondría la mano en el fuego por mi cuñado", llegó a declarar Raquel, hermana de Pilar.

A petición de Fernández, el hijo que tuvo con Pilar, Dalmau, hoy vive con la madre de Pilar, Rosa María Santamans, en la pequeña localidad de Massalavés (Valencia).

Cuando recuerda al niño, que ahora tiene dos años, se quiebra. "Es una gran guerrero de la luz, mi hijo. Que ha llevado amor donde pudo haber nacido el odio y la venganza", apunta.

Mañana, 30 de agosto, tras algunos retrasos, está programado el inicio del juicio, en el que enfrentará una pena máxima de 50 años por feminicidio.

Desmiente todas y cada una de las acusaciones vertidas sobre él. Dice que la fiscalía tiene una hipótesis que no es creíble y, positivamente, no ha fabricado pruebas en su contra, una práctica desenmascarada alguna vez en México, un país con una impunidad de 98 % en los delitos.

Tras pasar nueve meses prácticamente aislado, hoy comparte espacio con unos mil reclusos en el penal, donde se siente un "misionero temporal".

Fernández, que hoy lleva muletas tras sufrir un esguince jugando a sóftbol, si recupera la libertad anhela con abrazar y hablar con su hijo. Y enfoca su vida hacia la fe.

Quiero "vivir en Cristo y caminar, ayudar al prójimo, amar a los que te odian y bendecir a los que te maldicen. Es muy sencillo, pero solo hay que creer", concluye entre lágrimas.