Alexander R.R., uno de los tres acusados por la muerte del empresario tinerfeño Raimundo Toledo en diciembre de 2015, lanzó ayer sospechas sobre la posible participación en esta trama del sobrino del fallecido, Carlos Toledo. Este imputado habló también de "un tal Iván" que, según dice, se parece físicamente mucho a él, hasta el punto que de ahí surgiría la confusión sobre la autoría del crimen. Por si fueran poco los paralelismos con este personaje del que nadie tiene noticia, también asegura que fue amante de su pareja Sandra Petón, esposa del sobrino de la víctima y considerada el cerebro de la operación. Pero además, el acusado ratificó que "el tal Iván" y Carlos Toledo eran muy amigos y solían frecuentar una zona de San Isidro conocida como El Barco.

Alexander indicó que ha pedido en varias ocasiones al otro acusado, Diego Claudio G.G. que confiese la verdad y diga el nombre exacto de las personas que mataron al empresario. "Estoy seguro de que encubre a alguien", dijo. Por su parte, declaró que era "totalmente incierto" que estuviese vigilando a Raimundo por dinero; es más, añadió que nunca había visto a la víctima, "y jamás he tenido motivo alguno para desearle la muerte a él o a ninguna otra persona". "Eso no lo haría en la vida", comentó. No recordaba el contenido exacto de los mensajes que Sandra le envió durante esos días, entre los cuales había uno instándole a que usara una cabina para comunicarse con ella. El 27 de diciembre su abogado se presentó en la Comisaría para preguntar por qué lo estaban buscando y el 28 recibió otro mensaje de su amante en el que le aseguraba que podía estar tranquilo porque todo estaba saliendo bien. Muy al contrario, un día más tarde optó por entregarse voluntariamente al saber que las sospechas policiales se dirigían directamente a su persona.

El vehículo en el que realizaron la vigilancia lo había comprado su amante para venderlo porque el precio era muy barato y lo inscribieron a nombre suyo porque no lo podían poner al de ella. Del sobrino de la víctima dijo que era la única persona que tendría interés en que desapareciera porque tenía celos de él. En cuanto a Diego, aseguró que no sabe por qué lo implica en la trama y por esta razón le ha hecho varias veces la misma pregunta en la cárcel, pero sin obtener respuesta.

Las prisas para recuperar el coche que habían dejado abandonado frente a la casa del empresario con las llaves puestas, las puertas y ventanas abiertas y objetos personales abandonados, entre ellos el teléfono de Diego, se debe a que "no sé de lo que era capaz de hacer" este último. Sospechaba de él porque había visto a personas extrañas en su casa y tenía miedo de que hubiera cometido algún delito con el coche que, según dijo, le había robado aquel día, y que su amante y él quedaran implicados.

En horas de la madrugada los dos se desplazaron a Santa Cruz en un taxi pirata, a cuyo conductor pagaron cien euros para recuperar el coche, pero la policía ya se lo había llevado. Horas antes fue Diego el que se trasladó a esta calle desde el Sur con idéntico fin y a bordo del mismo taxi pero al ver que los agentes rodeaban el vehículo decidió volver a su casa. Los cambios de imagen que tuvo durante aquellos días dijo que eran normales y no tenían por objeto evitar que fuera reconocido. En esas fechas había planeado un viaje a Madrid, lo que originó una pelea con su amante y justificaba que no se hubiese comunicado telefónicamente. El 15 de diciembre, cuando tuvo lugar el secuestro, declaró que estuvo todo el día con Sandra y limpiando un trastero. No han podido localizar a nadie que suscriba su coartada porque tiene pocos amigos en la Isla.

El trayecto para recuperar el coche por segunda vez lo pagó su amigo, lo que le extrañó porque nunca tenía dinero. En conclusión, dejó claro que no participó en la vigilancia frente a la casa del empresario ni en su secuestro, ni asesinato. La declaración de Diego Claudio contiene un relato radicalmente distinto. Una exposición de los hechos que coincide bastante más con la que sostiene la Fiscalía y la acusación.

En aquella época era consumidor compulsivo de crack, hasta el punto de necesitar cinco gramos diarios. De ahí que aceptara por dinero trasladar a Alexander varias veces a distintos puntos para vigilar a Raimundo Toledo. El seguimiento se llevó a cabo en la gasolinera de San Isidro y frente a la casa del empresario, como ocurrió aquella tarde del 15 de diciembre. Siete días más tarde optó por entregarse al saber que estaba bajo el foco de la policía. Por cada uno de estos traslados solía cobrar 20 euros, pero cuando tuvo lugar el secuestro recibió 300. Está convencido de que su compañero lo intentó vincular con el delito y por ello guardaba las colillas que fumó aquella tarde en una caja y dejó abandonado su teléfono en el sillón del coche. Asegura que Alexander le dijo que perseguía al empresario porque le debía dinero a él y a otra persona que vivía en Madrid.