UN REVOLUCIONARIO francés dijo una vez que en política "se promulgan demasiadas leyes, (y) se dan pocos ejemplos". Estoy de acuerdo. Es más, durante estos últimos años la clase política ha transmitido una imagen tan penosa y lamentable que ya se ha convertido en el tercer problema más grave para los españoles. Tan solo el miedo al paro y a la crisis económica los supera.

A esto tendríamos que añadir ese dogma de fe popular según el cual "el poder corrompe siempre". Así que cualquier persona que se atreva a decir en voz alta que quiere dedicarse a la política pasa a ser un corrupto en potencia. Afirmar que se quiere participar de la actividad política sería lo mismo que decir que se está dispuesto a ser corrompido.

Personalmente, pienso que hay dos tipos de poder. El primero sería el poder en sí mismo. Es decir, sería la posibilidad de hacerse poderoso por medio de la política: poderoso a nivel municipal, insular, autonómico, etc. Tener el poder para imponer, para expulsar, para destruir al rival, para amasar fortunas... Todos conocemos a unos cuantos políticos de ese tipo.

Por el contrario, el poder que a mí me interesa es el poder de hacer cosas. Lo que me mueve y me motiva es la posibilidad de desarrollar proyectos de futuro. El deseo de lograr objetivos beneficiosos. En ese sentido, creo haber demostrado sobradamente que no me apego al sillón y que prefiero arriesgar mi posición política a perder mi autoestima, mi ética o el respeto de mis familiares y amigos. Creo que hasta ahora he sabido estar a la altura de las circunstancias y nadie me ha podido reprochar ninguno de mis actos.

Porque, a fin de cuentas, ¿qué es un político? Pues lo que a mí me han enseñado desde niño es que un político debe ser, ante todo, un ejemplo para el resto de personas de su entorno. Un político, en cuanto figura pública, tiene una responsabilidad ejemplificadora ante sus conciudadanos. No solo gobierna por medio de leyes o decretos sino que, además, también gobierna con su ejemplo personal. Un político, con independencia de su ideología, tiene que ser digno de confianza, tiene que tener y transmitir valores. Tiene que mantener su palabra. Tiene que exhibir una ética bien definida como única salvaguarda y freno ante el ansia de poder.

La experiencia que he acumulado durante estos últimos años me ha demostrado que las personas entienden y perdonan los errores de los políticos cuando son el resultado de la buena fe. Sin embargo, el político se convierte en un problema para la sociedad cuando no está a la altura de su responsabilidad moral y ética, cuando se abusa del cargo como fuente de poder personal, cuando se aferra al sillón saltándose todo límite ético y moral, cuando se ha dejado de representar un ejemplo válido para la sociedad, cuando se da un lamentable espectáculo de deshonestidad, cuando se traiciona la confianza de la ciudadanía. Cuando esa situación se produce, del político solo se pueden extraer modelos de vulgaridad y mediocridad. Ese político no puede inspirar credibilidad en la ciudadanía y la confianza en el conjunto del sistema, poco a poco, se desmorona.

En un país desencantado triunfan la abstención, la dejadez, la mediocridad. En un país desencantado triunfan el señor Gorrín y la señora Tavío.

Pero yo me niego a resignarme y, apoyado por un grupo de vecinos y vecinas cada vez más numeroso, quiero hacer una apuesta clara y decidida por la esperanza, por la ilusión, por el trabajo serio, por los proyectos y por las ideas. Todo eso es lo que, a día de hoy, representa Independientes de Santiago del Teide (IST). Espero no defraudarles.