HOY voy a relatar cómo llegué yo al municipio de Arona y lo que me encontré en él desde el punto de vista médico y farmacéutico. En 1948, después de la obtención de mi título de Practicante en la Universidad de Salamanca, oposité en septiembre al Cuerpo de Practicantes de APD (Asistencia Pública Domiciliaria), que sustituía a la anterior Beneficencia. De veinticinco opositores obtengo el número seis. De ese año al de 1953 sucedieron muchas cosas que en su mayor parte quedan reflejadas en mis libros publicados. En el año antes mencionado, y por diversos motivos, tomo la decisión de acudir al concurso de traslados del cuerpo de APD. Por mi número en el escalafón tengo derecho a ocupar plazas de 1ª categoría por este orden: Villa de Güímar, San Miguel de Abona, Granadilla de Abona, Arona, Vallehermoso, en la isla de La Gomera, y San Lorenzo, distrito 7º, en Las Palmas. El destino quiso que fuese Arona la elegida por la suerte y esta aventura duró desde el 1 de mayo de 1954 hasta el 10 de marzo de 1995, fecha de mi jubilación obligatoria.

¿Cómo era el cuerpo médico de este lugar del lejano sur? Al llegar yo al casco de Arona vivía por entonces el médico titular, el Dr. José Manuel Calamita González, con el que aprendí el arte de la obstetricia y, al ser nombrado por vacante, y por lo tanto por acumulación, matrona de APD, en un momento en que estaba a cero en estos menesteres, pero al cabo del tiempo me convertí en un consumado partero. Debuté sin esperarlo con el mayor de mis hijos, el primogénito, de nombre José Manuel. Buscando el símil artístico, esto fue como aquel corista que se sabe la obra y que una noche de Navidad, y por enfermedad del barítono que estaba en el cartel, debe ocupar su puesto. Decir que el Dr. Calamita con el tiempo cambió su domicilio a Los Cristianos, ya que el reglamento en vigor solo exigía vivir dentro del término municipal.

Otro de los médicos del equipo ejerciente en el pueblo y con domicilio en Los Cristianos era un catalán, don Buenaventura Ordóñez Vellar, natural de Torregrosa (Lérida). Había tomado posesión de su plaza en la Seguridad Social el 1 de enero de 1954. Antes había estado en San Mateo (Gran Canaria), en plena Guerra Civil, de cuyo pueblo fue alcalde. Más tarde anduvo por la isla de La Palma, en Tijarafe, y otra localidad que no recuerdo. Y por último, el Dr. Juan Bethencourt y Fumero, nativo de la localidad playera, a quien conocí en Salamanca en 1947, cuando ambos éramos estudiantes de Medicina. Ejercía de momento como médico libre, aunque años más tarde pasó a engrosar la plantilla de la Seguridad Social. Y como único practicante el autor de estas memorias. Decir que don Buenaventura vivía y ejercía en el hotel Reverón, hasta que hubo de buscar consultorio, toda vez que en un negocio hotelero ver entrar y salir enfermos y heridos no era lo más lógico. Pasó a alquilar una habitación cercana a la plaza de la iglesia, en el local que luego fue la primera relojería y joyería, propiedad de don Luis Ten Becerro.

El Dr. Bethencourt ejercía en su casa en el lugar conocido por El Coronel. Al bajar el Dr. Calamita, primero lo hizo en casa de un tal Narciso, hasta que adquirió un apartamento en "Santa Amalia" como vivienda. El único practicante, y por largo tiempo, seguí siendo yo.

En 1978 se alivió la carga, ya que la recién construida Casa del Mar, del Instituto Social de la Marina, concertó sus servicios con el entonces Insalud y las cosas cambiaron. Nuestras consultas pasaron a abajo, al muelle, y ya se instauró el servicio de urgencias nocturno, y los sábados y festivos, las veinticuatro horas. Más tarde, el Dr. Bethencourt pasó a ejercer en la Seguridad Social, hasta que se trasladó a Santa Cruz y fundó la clínica de urgencias Santa Águeda, en las Ramblas.

Don Buenaventura se jubila y le sustituye el Dr. Adolfo Díaz García. Otros médicos vinieron por estos lares: los hermanos Esperanza y Alejandro Viota Puerta, hijos de una antigua vecina y compañera de Facultad de Salamanca. Decir que el esposo de la Dra. Puerta Cabrera y padre de los médicos Alejandro y Esperanza, y de nombre Alejandro, también era médico y compañero de Facultad de su esposa y mío. Solo hablé con él una vez. Una noche de ópera, en el teatro Guimerá, ambos intervinimos en el infarto agudo de miocardio de un espectador. Estos esposos médicos ya no están entre nosotros. Recuerdo a otro galeno, simpático, joven y ya fallecido. Su nombre: Juan Antonio Hernández Luna.

Y pasemos ya al final de esta etapa. A punto de jubilarme se establece en Los Cristianos el centro de salud, en el que yo no llegué a trabajar.

Y ahora, porque es de rigor, vamos a hablar de las farmacias. Estas tardaron en llegar y la primera fue la de Arona, en 1958, de la Lcda. Carmen Pérez Moya, oriunda de la República Dominicana. Ese día placentero para el pueblo de Arona, que había visto llegar la hora de las farmacias, acto en el que yo estuve, fue muy emotivo, con la presencia del anciano padre de la farmacéutica, que había sido -eso se comentó- cónsul o embajador de su país en Madrid. Presidió el acto don Cecilio Fernández y Fernández, inspector provincial de Farmacia. Más tarde, en el año 1961, apareció por acá un joven farmacéutico gallego, don José Luis Labarta Carreño, que me visitó esa noche en mi casa, solicitando información para instalar una oficina de farmacia en Los Cristianos. El médico Ordóñez Vellar le consiguió un pequeño local en la calle principal del pueblo. Años más tarde, y con motivo de la construcción de un edificio en la misma calle, el amigo Labarta adquirió un hermoso local, que hoy, años después de su jubilación, continúa brillando con luz propia. Decir que José Luis es esposo de farmacéutica y padre al menos de una hija. Esto vino a paliar la falta de atención farmacéutica sufrida durante años. El sistema era darle la cartilla del seguro y las recetas al chófer de la "guagua" del Correo, que iba cada día de Adeje hasta San Miguel. A la vuelta, el usuario del Seguro debía esperar, y si no estaba a la hora fijada, el medicamento se iba hasta Adeje, a esperar al día siguiente. Hay que citar que los médicos tenían en los gabinetes un maletín con medicamentos de urgencia vital. También tuve yo mi maletín negro, que aún conservo en mi domicilio de Santa Cruz. Es sabido de mis lectores que uno de mis libros, mi historia salmantina, se llama "El hombre del maletín", que me recuerda aquella apasionante novela del médico y escritor británico A.J. Cronin y que él tituló: "Las aventuras de un maletín negro".

Y ahí están cinco libros publicados, en los que se mezcla la medicina con la lírica. Y como colofón de este ya largo capítulo de mis vivencias en Los Cristianos, voy a citar a algunos galenos que nos honraron con su presencia, dos de ellos en su función médica y otros como visitantes ilustres.

Al jubilarse el Dr. Ordóñez, le reemplazó el Dr. Adolfo Díaz García, que por cierto es al único que piden ver su título de doctor. Más tarde llegó por acá un médico gomero que venía de una larga estancia en Cuba, después de unas peripecias políticas que no son del caso. Le asignaron una plaza de la Seguridad Social en Las Galletas y al final le trasladaron a Los Cristianos y, como no tenía despacho, pasó sus consultas en el mío por un tiempo, hasta que yo necesité el local. Sus hermanos, don José y don Valerio Jerez Veguero, venían todos los veranos con sus aficiones marineras.

También recuerdo al prestigioso médico traumatólogo don Ildefonso Las Heras, al Dr. don José Manuel del Arco Montesinos, neumólogo, y al Dr. José González Luis, pediatra, alcalde y presidente de Cruz Roja de Icod de los Vinos. Mi gratitud por su ayuda a nuestra entonces novel asamblea. Y se acabó la historia.

Tiempos pasados, tiempos felices, tiempos idos. Esto fue una etapa irrepetible de la vida, como diría nuestro recordado don Manuel Fraga Iribarne.