HOY VAMOS a relatar aquí la visita de una ilustre figura del arte lírico, la guinda que le faltaba a la tarta.

Era una vieja idea que tenía en mente y se trata del gran cantante Marcos Redondo Valencia. Mi afición al arte escénico, en especial a nuestra genuina zarzuela y, cómo no, al bel canto, a la ópera, la máxima expresión a la que puede llegar la voz humana, y mi afición a la música sin duda es genética. La primera actuación en Tenerife de Marcos fue en 1929, ocasión en la que se alojó en el recordado hotel Quisisana ("Anales del teatro en Tenerife", de Francisco Martínez Viera). Esa noche de teatro lleno presentó la zarzuela "Los gavilanes". Allí estaban mis padres, con mi madre en estado de gestación del que estas líneas escribe. Y ahí justo ahí comienza mi afición lírica y mi devoción por una voz mágica. Pasa raudo el tiempo y ya soy un adolescente. Y ahí comienza mi afición vitalicia, y acudo a todo lo que respire teatro en el viejo Guimerá, el amor de mis amores. En entrada de "gallinero" acudo a todas las funciones: zarzuela, comedia, drama, musicales, etc.

Por el año 1946 elaboro, en compañía de mi amigo, compañero de instituto y de universidad, José Luis Melián, la idea de escribir a Marcos Redondo rogándole venga de nuevo a Tenerife. Y ocurre el milagro ya que la noche de Navidad de 1946 debuta con la bella zarzuela de Alonso "La parranda", y al finalizar la función vamos al camerino donde me firma un cancionero editado en Barcelona, con letras de zarzuela y fotos de Marcos en diversos momentos de su vida. Recuerdo que lo guardo en un hermoso álbum.

Pasa el tiempo después del debut, del que dice el diario EL DÍA que se mostró frío en la actuación. La noche siguiente se puso en escena la bella partitura de "La del soto del parral". Marcos se desmelenó y las ovaciones cerradas se sucedieron. Pasa el tiempo y el gran divo, invitado por ese conjunto inigualable de Los Fregolinos, viene a Santa Cruz de Tenerife; yo siempre le veo actuar y le visito en sus alojamientos.

Y ya estamos en el año de 1966, momento en el que tengo la feliz idea de escribirle a su residencia de Viladrau (Gerona). No hay respuesta a mi carta, pero el azar vino en mi ayuda, y gracias a mi entrañable y recordado amigo Marcos Ramón Pérez Aldana, que me visitara en mi casa de Los Cristianos y que en invierno le veo actuar en la plaza del Príncipe, el lunes le visito en la Residencia Peceño y me dice que el miércoles es el día de la cita. Regreso al pueblo y el miércoles, de nuevo en Santa Cruz, esta vez me acompaña el segundo de mis hijos, Diego Antonio, de seis años de edad, y Marcos le regala un cochecito con los colores de los taxis de Barcelona. Y ese día, el 16 de febrero de 1866, se marca un hito en la sencilla vida de la playa más hermosa de las Islas Canarias. Se hospeda en el hostal Reverón, invitado por mí. Comemos en casa, comida regada con un tinto de Tacoronte. Y después de un obligado descanso nos reunimos en la sala con el magnetófono preparado. Le canto dos romances "a palo seco". Admira mi voz y así lo refleja en la dedicatoria que me firma en el "Libro de la música", que guardo como un tesoro en mi casa de Santa Cruz, y como final canta el zortzico "La del pañuelo rojo", del maestro Ignacio Tabuyo, su maestro de canto, momento en el que me sentí muy feliz. Mi ídolo, cantando en mi humilde morada para mí, un modesto aficionado. Cenamos y nos fuimos a descansar. Al día siguiente, y acompañados por mi esposa, emprendimos la vuelta a la capital, pasando por el Teide, frente al cual nos hicimos una foto para el recuerdo. En Madrid, en 1953, le vi cantar la zarzuela "El gaitero de Gijón". Al terminar su actuación me dijo que Tenerife era la mejor tierra del mundo. La enfermedad se ceba con él y ya no vuelve más. En 1973 le visito yo en compañía de mi esposa en Viladrau y el 17 de julio de 1976 fallece, pero su voz y su recuerdo no morirán nunca.