EN LOS TIEMPOS que corren, muchos se preguntarán cómo pasaban las gentes de este pueblo los domingos, festivos y fiestas de guardar. Intentaremos explicarlo. Los creyentes acudíamos a la iglesia del pueblo; después, algún paseo con la esposa. Más tarde, almorzar si no surgía una llamada de urgencia, sobre todo en los veranos de playa. En el pueblo en ese momento, y que yo sepa, solo había dos radios de transistores y de la misma marca, que no puedo recordar. Una, propiedad de Manuel González Alayón, antiguo guardia civil y conocido como "Manolo el del teléfono". Y la otra la tenía don Agustín Herrera Castilla, que además poseía un carrito de caramelos, similar a los nostálgicos que llenaban en Santa Cruz la llamada plaza del Patriotismo. Caramelos, chocolatinas y toda clase de golosinas.

Don Agustín y yo nos tuvimos un gran aprecio. Lo llamaban "el villano", y nada más lejos de su carácter y conducta este aspecto. Había nacido en Santa Cruz de Tenerife y marchado a La Gomera, donde contrajo matrimonio con doña Gloria, una gran esposa y madre. Como quiera que habitó mucho tiempo en San Sebastián de La Gomera, le endosaron lo de "villano". Vivía en la montaña de Chayofita y tuvimos una gran relación profesional y en el culto a la amistad.

Don Agustín era diabético severo y le habían sido amputadas las dos piernas, amén de un par de infartos agudos de miocardio. Debió de ser a mediados de septiembre de 1982, dado el agravamiento en la salud de mi madre, que falleció el 16, que, me obligó a pedir licencia, y el sustituto debía atender a don Agustín. Como remate final, don Agustín tenía problemas de próstata, por lo que tenía un catéter permanente. Al actuar, mi colega provocó una hemorragia y don Agustín, que no tenía su corazón para sustos, falleció de súbito. Un entrañable recuerdo para mi amigo y paciente; en su carrito y con su radio-escucha, muchos partidos de mi Tenerifito del alma.

Pero donde se formó un círculo de oyentes fue en el teléfono en casa de Manolo. Acudía al locutorio telefónico, encendía el puro y a pasar la tarde en unión de otros vecinos y amigos.

Otra manera de pasar el domingo era al aire libre, del amigo Manolo Miranda, que en otro tiempo fue sala de cine de 16 mm. Con el alemán Kurt Krausse, de grato recuerdo. Los bailes se llevaban a cabo con un viejo gramófono, y alguna vez con orquestinas de poca monta. Pero el fuerte de Manolo estaba en la baraja y el dominó. Más tarde el cine Marino, un cine de verdad, marcó una época en el acontecer de los domingos playeros.

Así iba discurriendo el acontecer de un pueblo que a corto plazo daría fama allende los mares a esta olvidada playa que nadie conocía y que es, sin duda, la que ha dado al municipio de Arona la categoría que hoy tiene, y sobre todo llenar unas arcas, que cuando yo llegué a estas olvidadas y lejanas latitudes, y como me dijo una vez un cabo de la Guardia Civil, Arona no estaba en el mapa.

Lo que voy a decir tal vez se tache de disparate, pero yo me apunto al pasado y poder convivir con gentes sanas de espíritu, generosas... ¿Que si yo no volvería atrás en el tiempo? Sin duda alguna.