SIN QUERER, y tal vez queriendo, me viene a la memoria aquella genial frase del ministro don Manuel Fraga Iribarne: "La vida, ese fenómeno irrepetible". Recorriendo el último trecho de mi ciclo vital, me apresto hoy a terminar dignamente un ciclo, con sus alegrías y sus tristezas, sus éxitos y sus fracasos. Hay una frase de mi invención, que ya recordé creo que en mi primer libro publicado, y ahí la frasecita: en silencio llegué y en silencio quisiera irme, callandito, vestidito de gris y humilde, como mi origen, volver al punto de partida.

Cuando realicé mi última visita a Salamanca publiqué un artículo. Decía entre otras cosas que el corazón humano se dividía en cuatro habitáculos anatómicos: dos aurículas y dos ventrículos. Y yo voy ahora y aquí a ubicar en cada espacio anatómico mis vivencias y mis amores. En la aurícula derecha a Santa Cruz de Tenerife, la ciudad de mis eternos amores, donde vi la luz por primera vez al arrullo del Atlántico. En el ventrículo derecho alojaremos a Salamanca la blanca, en una eterna nostalgia, donde quedan enterrados los mejores sueños. Aurícula izquierda la ciudad de Madrid, a la que un día ya lejano en el tiempo juré amor eterno. Y por último el ventrículo izquierdo, de donde parte la arteria aorta, esa que lleva la vida y donde nos espera, agazapada, la muerte, y recordando al eximio Calderón: la muerte desdicha fuerte. Y aquí, en esta cavidad, con su poderosa musculatura, estarán el pueblo de Arona y su playa de Los Cristianos. Este noble pueblo sureño que me ha dado lo más preciado de mi vida, una fecunda experiencia profesional, fundar una familia de la que me siento orgulloso y unos hijos y unos nietos que nos han permitido perpetuarnos a través de la especie. Y es el cuarto y último habitáculo de mi víscera cardíaca, ocupado por el máximo honor por el pueblo de Arona y su playa de Los Cristianos. Fueron 41 años de dura lucha, entregado de lleno a una dura pero fructífera labor, a la que entregué sin límites lo mejor de mi vida en aras de la salud de mi prójimo o ligar el cordón umbilical de un nuevo ser que se abría a la vida.

Con estas mal hilvanadas líneas, escritas con más corazón que técnica literaria, queda plasmado mi amor sin límites a esos lugares que rellenan las cuatro cavidades del corazón humano, pero Santa Cruz de Tenerife está en lo alto, en la cúspide de una vida que se agota. La tierra que un día nos vio nacer es la más grande herencia que nos llevamos al lugar sin retorno.

Yo, que soy un erudito y amante sin límites de la ópera y la zarzuela, siento honda emoción cuando disfruto de programas como "Tenderete" o "Parranda canaria". Me hacen sentirme más canario que nunca. Un día lejano en el tiempo asomó por la Vega lagunera un filipino, Manuel Verdugo. Y como epílogo de esta despedida ahí el último terceto de un soneto titulado "Folías":"Honremos las folías, a cuyas vibraciones / resplandecen tesoros / tesoros de emociones / que una raza está muerta si no sabe cantar". Hasta siempre.