Tío Pancho, Filiberto, Marta, Pepín, Manolo García y "El pollo de Igueste" fueron vecinos de Cho Vito hasta el 7 de octubre de 2008. Ya no podrán volver al lugar y del resto de sus convecinos, la mayoría ha estado y/o está afectada por daños psicológicos (tanto adultos como menores) y de enfermedades de carácter grave. Ese día fue la "gran invasión" del poblado marinero, la fecha en la que "quisieron, pero no pudieron, terminar con el espíritu de Cho Vito".

La crónica de ese día cuenta que "a las 10:28 horas, la pala mordió la casa de Rafael, la segunda que se encontraba a la izquierda de la bajada de la escalera principal. También los peldaños pasaron a mejor vida. Los guardias sacan en volandas a otros jóvenes que se resisten, entre los vítores de los pocos vecinos que quedan. Luego vino la vivienda de Ángeles, la de Tío Pancho -tan rebelde que los guardias se emplearon a fondo para romper la puerta trasera-, hasta llegar a la casa de Cho Víctor, que da nombre al poblado".

Ayer se cumplieron ocho años desde que fueron demolidas las primeras 23 casas. Ocho años en los que la población de este enclave costero de Candelaria, junto a la central térmica de Las Caletillas, ha padecido "desarraigo, enfermedades, muertes, desestructuración y recuerdos".

Terminada la ayuda para el alquiler de las viviendas alternativas, los vecinos de entonces están diseminados afrontando en solitario ese pago o acogidos por sus hijos, "sin seguimiento ni apoyo alguno, ni siquiera psicológico, del Ayuntamiento de Candelaria, instigador y responsable máximo de lo que ocurrió en Cho Vito".

Tomás González, el nombre de lideró la lucha por la supervivencia de este pueblo, manifestó su contrariedad porque "parece que hay quienes no quieren aprender y ahora intentan repetir la historia en Bajo la Cuesta". Convencido de que "los intereses son los que han movido y mueves a quienes promueven estas acciones", se muestra tajante al asegurar que en Cho Vito "no se ha dicho la última palabra".

Hoy, ocho años después, el Tribunal Europeo "nos da la razón" y "habrá indemnizaciones económicas y patrimoniales, pero, sobre todo, emocionales". Para Cho Vito, "para estos seis desarrapados que montamos aquél guirigay, nada ha vuelto a ser igual ni lo será. Quisieron que lo perdiéramos todo, pero no nos arrepentimos. Cho Vito es pura dignidad".

De ven en cuando se reencuentran algunos, casi ninguno acude al lugar donde vivieron, pero "todos sabemos de todos". Entre el grupo los hay que siguen esperanzados en restablecer una mínima parte de lo que fue el poblado.

Ocho años después, en Cho Vito solo se escucha el mar.