El final es feliz, pero el entierro de la Sardina de Güímar lleva casi un cuarto de siglo siendo muy singular. La comitiva formada por campesinos y viudas avanza desde San Pedro Arriba entre llantos y lamentos en una escena propia de este momento de todo carnaval, en la que no faltan algunos fantasmas. Mientras avanzan, unas mujeres transformadas en burras (animal elegido como parte del mal) pasan a ser el lado oscuro de lo que está a punto de convertirse en un aquelarre.

Descubiertas las brujas/burras, éstas invocan al Diablo, que aparece con un coro de diablitos. Ya estamos en la plaza de San Pedro, a donde llega también la aristocracia y hasta el obispo y la Santa Inquisición. En medio del baile del mal, la lucha entre el invocado San Miguel Arcángel y el ya presente Satanás concluirá con la exaltación del fuego que, a la postre, es el protagonista final del Entierro de la Sardina y Las Burras no deja de ser una parte más de este acto al tratarse de una escenificación pensada para ello y basada en las tradiciones y leyendas locales vinculadas a la brujería.

En 1992 fue Javier Eloy Campos, licenciado en Bellas Artes por la Universidad de La Laguna y artista reconocido, quien recuperó la sardina para la fiesta carnavalera de su municipio. Actualmente es el acto principal merced a Las Burras y este año, mucho más debido a la polémica surgida con su cartel (aparecía una mujer desnuda postrada ante Satanás), finalmente autocensurado por el colectivo organizador, la Asociación Cultural las Burras. Y lo aprovecharon bien. La asistencia registrada anoche superó mucho a la de años anteriores.

Unas 200 personas participan en este montaje que requiere meses de preparación en la elaboración y confección de trajes y de todo cuanto atrezzo requiere este esfuerzo de un colectivo que logró asustar, asombrar y (lo esencial) hacer disfrutar a cuantos se acercaron a Güímar, donde el Carnaval adquiere otro sentido, sin dejar de ser una fiesta.

Un entierro con final feliz.