Será porque, pese a todo, pese a multitud de presiones y boicots del gobierno orotavense a la Ley del 92 y el Plan Especial del 97, el paraje de El Rincón sigue ejerciendo de inmenso oasis verde junto al panorama constructivo del Valle y los hoteles "sesenteros" y "setenteros" del Puerto. Será por eso que, cuando cualquier turista o residente, por muchas veces que lo haya hecho, vislumbra la playa de El Bollullo desde la vía de acceso en lo alto del acantilado, algo le ocurre a su "espíritu" o a su sensibilidad más ligada a la naturaleza, lo auténtico y casi virgen. Una sensación proporcional en la medida en que la cala se vea más o menos iluminada por el intenso sol del Norte cuando la calima o la "panza burro" lo permiten.

Desde siempre, El Bollullo ha servido de inmejorable referente de las playas norteñas de fina, caliente y limpia arena negra. Junto a sus hermanas Los Patos y El Ancón (aunque éstas mucho más olvidadas y de temporada, toda vez que el duro mar de invierno suele capidisminuir sus dimensiones y hasta volverlas callaos), es como si las tres recordaran a sus visitantes y asiduos que se ubican en la capital canaria de los tapices de arena, de las alfombras de flores; en este caso, de un Corpus de tentador calor en negro.

Esto explica el continuo peregrinar de turistas, muchos de ellos de avanzada edad, que disfrutan del delicioso paseo del litoral que une la zona portuense de La Paz con El Bollullo, principalmente en otoño e invierno. Una temporada alta que, sin embargo, coincide con el menor número de horas de sol y la creciente sombra vespertina, así como la paulatina reducción del caudal de arena, aunque sin perderse del todo.

Desde primavera, los casi 800 metros lineales de playa (si se incluyen los de la cala pequeña del principio) van acogiendo a un creciente número de residentes. El mar suele presentar corrientes y cierta bravura en la orilla, al romper la ola con fuerza (no así en Los Patos), pero también se disfruta de mareas muy en calma (como las de julio) que multiplican los pescadores y marisqueadores en los charcos y en la anexa playa de callaos de San Juan, sin olvidar a los visitantes que, en otros momentos, optan por "emigrar".

Con un acantilado de atractiva flora en partes del año y acogedoras sorpresas, El Bollullo no permite acampar, pero tampoco importa mucho: merece la pena volver a verla al día siguiente desde arriba.