En verano, los pañuelos en seda, muselina, algodón u otros tejidos suaves y livianos, nos sirven para dar color a un bolso, a una camisa, crear un turbante, para atar el pelo o simplemente para protegernos del aire fresco de la noche. Son incontables las posibilidades y el partido que se puede sacar de un pañuelo para complementar un "look", y por ello es una pieza imprescindible para llevar en la maleta para tus vacaciones.

Pequeños o grandes, lisos o estampados, pañuelos y fulares son el complemento ideal para acompañarnos tanto en verano como en invierno, y vuelven, cada vez con más fuerza, en cada estación. Es increíble el juego que puede dar un cuadrado de tela cuando te pones a darle vueltas al asunto y a crear mil maneras de atarlo para cambiar tus "looks" en tu día a día.

Imposible pensar en pañuelos y no pensar en los "Carrés" de la Maison francesa Hermès. Su nombre "Carré" viene del francés "cuadrado" debido a su formato.

La historia de la Maison Hermès empieza en 1837, con el artesano Thierry Hermès que forjó su reputación en París por el trabajo elegante y sólido que ofrecía a sus clientes desde su pequeño taller de guarnicionero, creando arreos para coches de caballos. De las sillas de montar, bridas y bocados surgió el primer bolso y los primeros maletines de viaje, las primeras agendas y cuadernos de cuero.

La historia de los pañuelos de Hermès comienza en 1937, cuando la Maison decide crear un pañuelo de seda para conmemorar la inauguración de una línea de transporte parisina. Nacía el primer Carré Hermès: Jeu des Ómnibus et Dames Blanches, modelo emblemático de la Maison, confeccionado en su taller de Lyon, ciudad conocida por trabajar la seda como ninguna otra en Europa en ese momento.

Como todo lo que hace la Maison Hermès, sus pañuelos siguen teniendo el toque artesano y lujoso que desprende la marca. Un trabajo laborioso que dura alrededor de dos años.

Cada pañuelo Hermès tiene una historia y esta empieza en París con el dibujo. Ahí se discuten todas las posibles mejoras o modificaciones en el original hasta obtener el resultado final, que puede tardar de 6 meses hasta 1 año. Una vez determinado el dibujo final, este es enviado a los talleres en Lyon para el grabado, que es la parte más minuciosa del trabajo y que puede consumir entre 800 y 2.000 horas de trabajo de los artesanos.

Terminado el grabado, se empieza con el estudio de colores. Cada modelo se imprime en una decena de harmonías y es en el estudio de las coloristas donde se decide cuales pasarán a la impresión. La parte del taller llamada "la cocina" es donde se "cuecen" cada una de las setenta y cinco mil tonalidades con sus formulas especificas de agua, goma vegetal, pigmentos orgánicos y solvente.

Determinadas las tonalidades, se pasa a la etapa siguiente: la impresión. Esta se lava a cabo en una sala única en el mundo, equipada con 3 mesas de nada menos 150 metros de largo donde se extienden los rollos de seda blanca para que las impresoras vayan aplicando un color a la vez. Terminado el proceso, la seda debe secarse al aire, para que luego sea lavada, fijada y secada.

Una vez cortada la pieza de seda para separar los pañuelos, costureras especializadas hacen, a mano, el dobladillo con una técnica propia de la Maison llamada "roulotte", que consiste en enrollar a mano el borde del revés al derecho para coserlo con hilo de seda.

Cada temporada se lanzan 20 modelos, 40 por año. Antes de llegar a las tiendas Hermès en todo el mundo, los pañuelos pasan por un riguroso control de calidad y solamente los que están perfectos llegan al consumidor final.

Después de conocer toda la historia que hay detrás de cada pañuelo Hermès, se puede entender su valor elevado y porque cuando una mujer compra un Carré Hermès, este entra en la familia y pasa de madre a hija como una joya.