INSISTIMOS una vez más, ya que nos parece un asunto de suma importancia, en los fundamentos por los que Canarias debe recuperar su libertad, su identidad y, consecuentemente, convertirse en una nación soberana. Inicialmente, estas Islas fueron un territorio habitado por miles de personas, de seres humanos, que vivían en paz con su estructura jerárquica, familiar y social. Estos aborígenes fueron violados, masacrados, esclavizados, vendidos y paseados por las cortes europeas como si se tratara de animales exóticos. Al tiempo que se les infligían todos estos sufrimientos mediante una brutal conquista -un acto con sobrados ribetes de genocidio-, su territorio fue robado por las tropas regulares de Castilla y los mercenarios -gente sanguinaria y de baja ralea- que los acompañaban. Hombres que impusieron su fuerza por la fuerza de las armas, y cuyo recuerdo nos parece hoy en día muy despreciable. Más despreciable aún si cabe por la existencia en Canarias de individuos que, a pesar de lo que les sucedió a sus antepasados, aman la españolidad de esta tierra. Esas personas tendrán que cambiar de actitud o los invitaremos a marcharse cuando el Archipiélago sea de nuevo un territorio libre; una nación con Estado. Y lo será muy pronto, a pesar de quienes no oyen el clamor de nuestros antepasados porque la Metrópoli los tiene adormecidos. Es absurdo que sigamos como colonia de la nación de la cual procedían las tropas que avasallaron a nuestros antepasados. Este es el primer fundamento para convertirnos en un pueblo libre.

El segundo es la dignidad. Un pueblo no puede estar sujeto a otro; no puede estar amarrado a otro; no puede estar permanentemente en genuflexión ante el amo peninsular, con la cerviz doblada en señal de sumisión, al igual que se inclinan los lacayos ante el amo que los tolera con displicencia. Porque eso es lo que le ocurre al canario delante del peninsular. ¿Por qué hemos de seguir comportándonos con ese complejo de inferioridad? Los españoles nos toman el pelo. En el Congreso de los Diputados se ríen de Ana Oramas y José Luis Perestelo, al igual que lo hacen en el Senado con Alfredo Belda. Saben que no somos inferiores sino superiores a ellos. Por eso tratan de aplastarnos con el desprecio. Desde el momento en que nos sintamos dominados, se les hace más fácil manejarnos a su antojo.

NO SOMOS SUPERIORES a los peninsulares por razones de etnia, sino de dignidad. Nuestros antepasados lucharon con orgullo ante el vil invasor hasta la muerte o hasta caer prisioneros y ser reducidos a la esclavitud, pero no se rindieron. Sólo unos pocos lo hicieron. Entre ellos, los de la isla de Canaria, que con su guanarteme al frente colaboraron en la conquista de Tenerife. La dignidad, esa dignidad que no tuvieron los aborígenes de Canaria al unirse a los invasores para derrotar a sus hermanos de Tenerife, es consustancial con la existencia de cualquier pueblo. Basta recordar lo dicho por Pedro Crespo, personaje de "El alcalde de Zalamea", cuando afirma que "Al rey la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma es sólo de Dios". Calderón de la Barca puso en boca del protagonista de la citada obra un pensamiento de mucha altura. Nosotros podemos decir sin equivocarnos que el alma de los canarios es de Dios, no de los peninsulares. Los invasores nos usurparon nuestras tierras y nos privaron de nuestra libertad, pero no pudieron arrebatarnos el orgullo de ser canarios. Durante seis siglos, atemorizados por la fuerza de las fuerzas, los isleños hemos ocultado esos sentimientos en el fondo de nuestro corazón. Pero ha llegado el momento de hablar con claridad. No van a matar a nadie por decir que Canarias es un país vergonzosamente oprimido que aspira a su libertad. No lo van a fusilar a usted, don Paulino; ni siquiera lo van a encarcelar. Únase a los patriotas que ya están hablando con claridad. Póngase al frente de los canarios hartos de ser ciudadanos de tercera o cuarta categoría, o lo que es peor, bastardos, pues eso, ni más ni menos, es lo que significa ser ultraperiféricos. Se lo decimos una vez más, señor Rivero: usted, que ostenta el poder oficial en la actualidad, está llamado a ser el primer presidente provisional de la República Canaria hasta que el pueblo elija a la persona que debe regir su destino. Cargo que puede ostentar también usted si la ciudadanía así lo determina.

EL TERCER FUNDAMENTO que nos impone alcanzar la soberanía cuanto antes es la posesión de nuestro territorio, incluido nuestro mar y nuestro cielo. ¿Por qué ha de ser Canarias patrimonio de una nación tan menospreciada en el mundo como España por culpa de los políticos que la rigen? ¿Por qué han de disfrutar los españoles, y no nosotros, de nuestra riqueza? Hablamos de la riqueza conocida, que es mucha, y también de la que existe en potencia, que es inmensa. Lo suficientemente grande para convertirnos en uno de los países más ricos del mundo.

QUEDAN muchos más aspectos o fundamentos para que seamos libres. Sin embargo, vamos a centrarnos, adicionalmente, en uno. Evitablemente somos españoles, pero inevitablemente seremos marroquíes si antes no logramos que la Metrópoli nos libere y podamos ir por el mundo con el orgullo de tener un pasaporte de canario en el bolsillo. Decimos que somos españoles de manera evitable porque está en nuestras manos decir basta. ¡Basta ya de seis siglos de explotación colonial! Y si no tenemos el coraje suficiente para manifestarlo, si no somos capaces de plantear, pacíficamente aunque sin concesiones, que no queremos seguir siendo españoles porque en realidad nunca lo hemos sido, si no damos ese paso, insistimos, el día menos pensado nos levantaremos con la chilaba preparada a los pies de la cama para que nos vistamos como los magrebíes. Ese día, más peligrosamente cerca de lo que creen muchos insensatos, llegará cuando Rabat lo estime oportuno. España, lo decimos una vez más, no podrá hacer nada para impedirlo. En realidad, si pensamos con lógica, ya somos marroquíes porque estamos dentro de las 200 millas de las aguas exclusivas de nuestro vecino. Basta alejarnos doce millas de nuestras costas para entrar en Marruecos. Lo hacemos siempre que viajamos entre las Islas.

Por fortuna, cada vez son más las voces isleñas que claman contra esta situación; contra la indolencia de los nacionalistas oficiales, preocupados sólo de no perder la poltrona ?qué ignominia?, pero no de las necesidades de un pueblo al que esquilman sin piedad. Son ya una multitud también los que claman contra el cinismo de los políticos españoles; esclavistas de los canarios, que continúan aferrados a una finca que saquean para llenar sus arcas.

Queda mucho por hacer. En consecuencia, urge ponernos en marcha para ir solucionando sin demora los problemas que tenemos por delante. Uno de ellos es la actitud de Canaria. El Archipiélago, y de forma especial Tenerife, se ha radicalizado por los abusos de la Metrópoli. La única isla que sigue con una actitud apacible es la tercera; la de los secarrales y la panza de burro. Canaria es la mimada de España. Es descarada la forma en que se decanta siempre Madrid a favor de Las Palmas. Basta recordar que durante su última visita a las Islas, el presidente del PP, Mariano Rajoy, sólo habló en Las Palmas. A Tenerife no se acercó ni por cortesía. Y sí utilizó un helicóptero para acercarse a La Palma.

INCLUIMOS en esta página editorial la reproducción de un ejemplar de "El Atlante", de primero de enero de 1837. Cuando en sus páginas informa de las suscripciones, cita la tercera isla como Canaria, no como Gran Canaria. Una prueba más de que el "gran" es un simple invento de los canariones para darse importancia. Una superchería que volvemos a poner en evidencia.

¿Por qué si no somos españoles, ni queremos serlo, tenemos que someternos a la envidia rapiñadora de Las Palmas? ¿Por qué si no le corresponde el "gran" insisten sus dirigentes políticos, además de los perros de la ira amarilla y algunos caballos de Troya infiltrados en Tenerife, en perpetuar una falsedad? ¿Por qué se les tolera esta mentira? Por nuestra parte, reiteramos el reto que desde hace meses le hemos planteado a los eruditos: demuéstrennos, si pueden, que estamos equivocados cuando decimos que a Canaria no le corresponde el gran. Algún autor despistado confundió, antaño, porque creía que era la mayor, el "grande Canaria" con Gran Canaria. La astucia de los canariones, además de la locura de doña Juana la Loca, ha hecho el resto.

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Recomendamos a los lectores en general y a todo el pueblo canario la lectura de la información sobre el memorándum presentado a la ONU por el Movimiento Patriótico Canario (MP) que publicamos en la página 31 de esta edición.