Vender lo que no usas, lo que te sobra. Esta frase resume el espíritu de los vendedores del Rastro. Comprar barato, encontrar una ganga. Esta es la que sintetiza lo que buscan los que van a comprar al Rastro. Y luego está la nueva ordenanza, que entre los requisitos para poder vender incluye "estar dados de alta en el régimen de la Seguridad Social que les corresponda" y que choca con el "todo a un euro" de algunos de los vendedores.

Blas Hernández es uno de los puesteros más antiguos del Rastro. Empezó vendiendo cintas grabadas en la Rambla de Santa Cruz (primer emplazamiento del Rastro) y hoy tiene un puesto de 12 metros con conchas y productos del mar en la misma puerta de La Recova. "Con cuatro días que trabajo al mes, yo no puedo pagarme un autónomo", explica Blas, quien cree que esta ordenanza "va a acabar con el espíritu del Rastro". Tampoco le parece bien la limitación de puestos (631, según la ordenanza) ni entiende por qué va a tener que reducir su espacio a 8 metros. "Si la antigüedad ya no nos vale para nada..." Cuando cambió de la música a las caracolas fue por buscarse la vida, dice, poniendo a la venta su propia colección. "Tú ves todos estos precios, pero la gente solo compra lo que es a un euro", afirma.

Un domingo de agosto hay pocas personas en el Rastro. Un grupito se arremolina alrededor de una mujer con su hija, que venden prendas de ropa precisamente a un euro. La vendedora del puesto frente a ella, que oferta conjuntos de bisutería, se queja: "Hoy no he hecho nada, la semana pasada 20 euros. ¿Tú crees que esta mujer vendiendo a un euro puede sacar para los autónomos?".

Fernando Santiago vende ropa desde hace 30 años, en un oficio heredado de su madre, que tenía su puesto cuando el Rastro estaba en la avenida de Anaga. "¿De qué vamos a vivir si pagamos el alta de autónomos?"

Existen dos tipos de vendedores en el Rastro: los que pagan por su puesto al Ayuntamiento de Santa Cruz y los que no pagan nada, se ponen donde pueden y venden lo que tienen. Estos son los que los puesteros reconocen como "los más necesitados" y a los primeros que expulsa la ordenanza.

Aly Ndour, con más de 20 años en el Rastro, señala su puesto. "Tengo poquita mercancía. Yo no gano suficiente para pagar los 250 euros de autónomos. Lo poco que saco lo envío a mi familia".

El descontento es generalizado. María Magdalena Dacosta asegura que algunos domingos no vende "nada de nada" y que tampoco está de acuerdo con tener que pagar un seguro. "Tengo cuatro hijos que sacar adelante y vendo cosas de segunda mano", argumenta.

Los únicos que no están afectados son los que tienen tienda. Una minoría que no comulga con que se deje fuera a al resto.

"Estoy amargadísimo", reconoce José González. "Desde hace unos años no tengo trabajo y esto es lo único que tengo para sobrevivir", dice mostrando su puesto de ferretería. También señala a su hija, una joven de 15 años que empieza el Bachillerato con buenas notas. "¿De dónde saco yo para los libros de texto"?, se pregunta. Unos libros que son una de las pocas cosas que no se pueden conseguir a un euro en el Rastro.