Alas ocho de la mañana, La Laguna era ayer puro sereno. En el exterior de la parroquia de Santo Domingo, un grupo de personas aguardaba a la salida del Cristo Resucitado. "¡Abran ya; tengo frío!", le dijo un señor vestido en tonos ocres a un cofrade y le repitió, en términos similares, a unos cuantos más. Las 8:15, las 8:20... Apareció entonces tocando en formación calle abajo una banda con gorros de plato y traje azul; sin embargo, aquello no terminaba de arrancar por completo.

Ya eran las 8:25 y el feligrés de ocre no pudo más. Se fue hasta la puerta y le metió un par de estampidos con la palma de la mano a la madera. Se sintieron unas risas, pero, casualidades, inmediatamente el portón se abrió (ya podía haber tocado antes..., cabría pensar). Eran las 8:30, y el problema, al parecer, no era otro que un desajuste en el programa de actos. Sea como fuere, los cofrades estaban al instante en la calle, al igual que el Resucitado, el verdadero protagonista, más allá de cualquier anécdota.

"¡Pararse ahí!". "¡Los dos costeros a tierra por igual!". "¡Vamos de frente con Él!". "¡Izquierda alante!". Esas fueron las primeras consignas del capataz cuando ya estaba en el exterior un trono de marcada influencia andaluza, no solo artística, sino también en su procesionar. Hasta había por allí dos niños con indumentaria de costalero. "¡Todos por igual, valientes!, ¡al cielo!", diría más tarde. El desfile, ahora sí, avanzaba.

Un par de saetas sentidas y una levantada del presidente de la Junta de Hermandades ante su sede, y el sol que apareció en el Domingo de Resurrección y que se entremezclaba con una nube de incienso. Tras el regreso por La Carrera, con ritmo lento (no había riesgos meteorológicos), de nuevo a Santo Domingo, donde se volvieron a abrir las puertas para recibir al Resucitado. "¡Chos!", exclamaron de entre el público, no el hombre vestido de ocre, sino una señora. "¡Qué fuerte!", completó con emoción su amiga mientras la imagen entraba ajustada, en una procesión de estilo andaluz, pero con corazón lagunero.