Existen personas que tienen fe, otras que confían en el trabajo, y algunas que, simplemente, creen en que los milagros existen. Podría decirse que Primitiva Hernández, "Primi", es de las terceras.

Natural de Vilaflor, llegó al barrio de El Pilarito, en el suroeste de Santa Cruz, como una emigrante más. Allí trabajaba el que todavía es su marido, Juan Oliva "Chichilo", otro chasnero al que el trabajo en una serrería arrastró hasta una parte de la isla que en nada se parecía a lo que es hoy. Por no tener, no tenía ni iglesia. "No se oían ni los pájaros".

Según cuenta Chichilo, la parroquia original del barrio fue quemada durante la Segunda República. Estaba ubicada, casualmente, dentro de la finca de El Pilar, donde también se asentaba la serrería en la que él trabajó durante años.

Este fue el primer milagro. A pesar del incendio, la imagen de la Virgen del Pilar no sufrió daños. Fue rescatada por unos vecinos que la trasladaron hasta un domicilio particular de El Tablero. Allí permaneció durante décadas, hasta que Primi, junto a otras vecinas, decidió ponerse manos a la obra. Había que levantar una iglesia.

El primer acto fue una misa celebrada en un salón que les prestó el entonces alcalde de El Rosario, Elías Bacallado. En ella se recaudaron 6.000 pesetas, una cantidad bastante importante para la época, principios de los años 80.

A esa primera le siguió otra, esta vez enfrente de la casa de América y Maruca, las otras dos vecinas que se echaron sobre sus espaldas la responsabilidad de recaudar el dinero necesario para construir el lugar de culto que no había en el barrio.

Precisamente, fue en una tercera misa, con fiesta incluida, en la que se enteraron, a través de un familiar de Maruca y de América, de que había un ciudadano dispuesto a regalar un solar -Sotero Medina González-. Se había dado otro paso.

A esas ceremonias se sumó la solidaridad de todos los pueblos de los alrededores, que Primi y el resto de miembros de la asociación que se creó para recaudar fondos patearon para recaudar dinero. "Perdí hasta un zapato", recuerda con gracia. Tampoco faltaron pequeñas fiestas con ventorrillos.

Fruto de ese esfuerzo se pudieron iniciar los trabajos de lo que hoy es la iglesia de El Pilar. Y, como casi todo lo que se hacía en aquella época, se realizó con la aportación de muchos. Los vecinos pusieron la mano de obra, las fábricas y empresas que por aquel entonces comenzaban a despuntar en la zona donaron los materiales...

El sueño de Primi se iba haciendo realidad. La Virgen de El Pilar tenía cada vez más cerca la finalización de su casa. Mientras tanto, reposaba en el domicilio de una vecina, en la que se le rezaba el Rosario.

Así transcurrieron unos años, hasta que, por fin, la imagen pudo ser trasladada a la parroquia. Allí se gestó el segundo milagro de Primi. Por diversas razones, la iglesia fue cerrada al culto, ya con la Virgen dentro, y el dolor de apoderó de quienes habían hecho el esfuerzo por ver aquella construcción terminada. "Estaba entristecida. Tenía mucha ilusión por que se terminara", recuerda Primi.

Por eso no dudó en encomendarse un 15 de febrero a Sor María de Jesús (la Siervita) para que le ayudara a reabrir la iglesia. Y se produjo el milagro. "Al otro día por la mañana oí tocar las campanas y me anunciaron que estaba el cura. Alguien escuchó mi petición", confiesa emocionada. El 12 de octubre de 1985 la iglesia quedó bendecida por el obispo.

A partir de ese momento, todo fue sobre ruedas. Se retomaron los trabajos y se acabó el inmueble, a falta de la torre. Eso le correspondería a una nueva directiva. Al igual que al principio, la colaboración de los vecinos, entre ellos Andrés, Manolo o Julián el carpintero, fue esencial. La primera gran celebración, con la iglesia finalizada, fue en 2003. "No cabía la gente aquí", enfatiza. Luego llegarían otras igual de importantes.

El último milagro de Primi consistía en que esta historia se publicara.