Hablar con Miguel Ángel Castilla es disfrutar de una clase de historia del Carnaval. Pertenece a la generación de diseñadores "pata negra" de la fiesta, como María Isabel Coello, que dejó de presentar reinas adultas en 1984; Luis Dávila, que participó en la gala adulta por última vez en 1975, y Miguel Delgado Salas, que no diseña a jóvenes desde 1981.

Castilla es un nexo del Carnaval prohibido con el actual. Después de estudiar Bellas Artes, comenzó a trabajar en 1967 como escaparatista y decorador de almacenes Batista.

Seis años después de la primera gala oficial que celebró el ayuntamiento, en 1965, presentó su primera fantasía. Fue en 1971. Cedrés, de Madrid, trajo el traje que patrocinaba la Caja de Ahorros, y él hizo el tocado a la reina.

En Castilla se dio la doble condición de componente y diseñador. En 1972 salió con la comparsa Danzarines Canarios, y creó la fantasía: primer año de la comparsa y primer premio con el traje de rafia. Como era habitual, el grupo presentó también un traje de reina.

En 1973 colaboró con la fantasía de la agrupación lírica Los Románticos, con sede en el Círculo Mercantil, a invitación del gerente, Teófilo Serpa; el director era Salvador Rojas, hoy en La Zarzuela

En 1976 salió con los Rumberos, a los que también diseñó, además de decenas de fantasías creadas a cuantos grupos han encontrado en él al mejor colaborador.

"Las décadas de los sesenta y setenta, hasta 1984, fue una época maravillosa, porque el teatro Guimerá, donde se celebraba la gala de la reina, tenía el atractivo de lo pequeño y la esencia del Carnaval, un calor que no ha cogido otro escenario", explica Castilla. "Ahora se impone el volumen, frente a la originalidad", analiza. Ahí esta la clave del éxito: volumen y peso, que permitan a la chica desfilar con ligereza.

"Hoy prima el traje sobre la candidata; no vale cualquier chica, sino que se buscan modelos y que sean altas", explica el diseñador decano.

Aunque aún no se hace a la idea que este año no presentará por la complicidad de conseguir una firma y para abordar nuevos proyectos profesionales, Castilla añaliza el diseño de reinas por décadas: de los sesenta destaca la sobriedad y la distinción de las candidatas; de los setenta, elegancia y originalidad; los ochenta fue el boom del volumen, en especial después de 1985, con la primera gala fuera del Guimerá (en la plaza de toros). A partir de los noventa se apostó aún más por el volumen de las fantasías y llegaron las ruedas, para a partir de 2000 desbordar ya las dimensiones hasta convertir a los disfraces de reinas en los trajes más grandes del mundo.

La evolución del uso de materiales ha caminado de la mano: de los hierros al aluminio y luego a los plásticos y la fibra de vidrio, siempre en aras de aligerar peso. "Ahora se ha extinguido la tela para potenciar la pluma, el acetato, las transparencias... aunque la reina del Carnaval ahora es la goma eva".

Como si de un consejo a las nuevas generaciones de diseñadores se tratara, Castilla sentencia: "Construir un traje de reina no da dinero, pero sí satisfacción y prestigio. Quien se mete a hacer un traje por dinero dura dos o tres años, pero luego se cansa y se va".

Elogia la seriedad y la limpieza de Luis Dávila; la creatividad de Leo Martínez, el apoyo incondional de Santi Castro, sin olvidar a Juan Carlos Armas, Marcos Marrero y María Díaz y otros que han hecho grande el diseño de reinas. Aunque no presenta este año, admite: "El Carnaval lo llevo en la sangre".

Tres reinas y 27 damas solo en Santa Cruz

Miguel Ángel Castilla cuenta en su currículum con tres títulos de reinas en Santa Cruz (1982, 1983 y 2002) y 27 damas de honor en las galas adultas, a eso se suma el título de reina infantil de 1981 o 15 damas de honor en la modalidad de la cantera chicharrera. El cetro no le ha sido ajeno en los carnavales de Puerto de la Cruz, Tacoronte, Candelaria, Los Gigantes, Puerto del Rosario... Para el creador, María del Pino Martín -la reina de 1982 que salió en un sello- marcó una época, si bien reconoce el traje de "Tajaraste", que lució Mónica Raquel Estévez, según diseño de Leo Martínez, recoge la esencia del Carnaval. Como lugar favorito para una gala, el recinto ferial por la temperatura o la plaza de España porque contagia calor a la ciudad; como gala favorita, 1985, la primera de la plaza de toros, que dirigió José Tamayo.