Las calles de La Laguna en una oscuridad casi total que genera incluso miedo en algunos niños y un silencio solamente roto por las pisadas de los miembros de las cofradías. Unas solo pisan y ya se oye, otras arrastran los pies, y unas cuantas golpean el suelo. Se aprecia perfectamente la diferencia de intensidad porque la ciudad parece paralizarse. Hay quienes desde el público casi que ni respiran. No creyentes confiesan que les transmite algo o que, al menos, disfrutan con lo que ven. Quizá es por todo eso que esta procesión se ha convertido en los últimos años en una de las más lucidas del casco.

Están todas las hermandades con sus correspondientes hábitos y empiezan a desfilar en orden riguroso de antigüedad. Al final, el Señor Difunto, el gran protagonista, llevado por la Cofradía de Penitentes de la Misericordia. Quienes portan el paso se valen de unos elementos de apoyo para las paradas. Se llaman regatones y son empleados durante el transcurso del desfile para ir golpeando el suelo. Los pisadas, estos instrumentos, las cadenas del Lignum Crucis y, por último, y quizá sobre todo, el sonido de las campanillas de la urna en la que se encuentra la imagen. Así de la Catedral a Santo Domingo, ante la mirada atenta desde las aceras de varias filas de espectadores. Ya al final, el sonido de la matraca... Un espectáculo.