CUANDO UN DÍA de la semana pasada posé la vista en las primeras páginas de algunos periódicos, o en su defecto abrí las portadas de ediciones digitales de otros tantos, me llamó la atención -seguro que a algunos de ustedes también- una palabra que se repetía varias veces y por lo general con alardes tipográficos. Es una casualidad y en ocasiones como ésta sirve de motivo para traer el tema a estas líneas, ya que pasados los días siguen sobresaliendo las seis letras del referido término. Estamos acostumbrados a observar, además de los desastres naturales -la mayoría de ellos impredecibles-, también los sociales, los económicos, los políticos y hasta los deportivos. Pero cuando se trata sólo de los sastres, la cosa cambia. El primero de ellos que se asomó esos días por nuestros quehaceres rutinarios correspondía a un sastre de verdad, de oficio. Él, José Tomás, diseñó no se sabe cuántos trajes para un político valenciano. Dice no saber nada más. Dicen que el político los adquirió a cambio de algo y por ello está en entredicho. A continuación, otro sastre, Alfonso, éste de toda la vida y no de oficio -con el suyo ha entrado como adalid de la dramaturgia española-, se enroló, a sus años, en un desafío a la Justicia, y de momento va ganando y con el factor campo a su favor, ante la perplejidad de una gran parte de la sociedad española y con el beneplácito del Constitucional. A renglón seguido, otro sastre reclamaba nuestra atención. Éste, Carlos, nos hizo vibrar en julio de 2008 a todos los que amamos el deporte. Se metió al bolsillo su primer Tour. Y ahora, por esas carreteras italianas puede ganar su primer Giro. Hoy lo sabremos. Atentos a media tarde. Por terreno transalpino, hoy podremos observar los trajes de Alex y de Pep. Para uno de ellos será el desastre.

(*) Redactor de EL DÍA