AGOSTO camina sin prisas para los damnificados currantes que ya agotaron sus vacaciones, lo mismo que para los del turno de septiembre, a los que se les hace eterna la espera. Sin embargo, corre veloz para los que estos días llevan puesto el disfraz de turista, se escurre entre las manos de los bañistas de Benidorm o se deshace como papel de fumar en la boca de un precoz adolescente en la verbena de un pueblo.

Es un mes a dos tiempos, entre la prisa del veraneante y el sopor y la desazón del asiduo a la máquina de fichar.

No obstante, agosto es para todos el mes de las noches eternas, el del ruido del ventilador. Es el mes de las terrazas, los balcones y las azoteas.

Es el tiempo del sudoku para el ocioso funcionario y el de la casilla de la posada para el oficinista gris. Es ahora el momento en el que los becarios suplen el descenso de biorritmos del personal de las multinacionales, los chiringuitos hacen "cash" antes de que se cumpla la amenaza de la ley de Costas y las peleterías cierran por prescripción facultativa.

Agosto quema por igual a las extranjeras destetadas en las tumbonas de un hotel de Saint Tropez y a los obreros del plan E, parapetados en cualquier zanja de la España del culto al hormigón y al asfalto y, mientras los rayos uva lo copan todo, los rayos catódicos se extinguen ante la inminente implantación total de la TDT y la programación de la tele agoniza a base de reposiciones y series B.

Los futuros universitarios buscan piso en La Laguna y los adolescentes coleccionan direcciones de e-mail bajo el toldo de una discoteca de quita y pon. Los macarrillas mascan chicle Orbit del picón apoyados en una pared mientras arremeten contra los fichajes del equipo de fútbol contrario y las niñas, tumbadas sobre la arena húmeda de la playa, piden deseos a las Perseidas.

*Redactor de EL DÍA