AÚN RECUERDO EL ROSTRO desencajado, recién cautivo por un traicionero brote de histeria, de un cincuentón enclenque que daba unos mandarriazos terribles a una pared "infectada" por extravagantes colores. Aquel tipo sin nombre, de tez casi tan blanca como la nieve, tenía un frondoso bigote pelirrojo que camuflaba su labio superior. Parecía estar a envenenado por una voz interior (un ente esotérico, mágico, paranormal, pseudocientífico o, simplemente, con alma de friki que ojea serenamente una edición rosa en la sala de espera de su terapia semanal con Iker Jiménez) que no paraba de gritarle: "Dale, dale, dale más fuerte...". ¡Estaba realmente ensanguinado! Al séptimo golpe sus brazos reclamaron un tiempo muerto, mientras, a través de una grieta abierta en un cemento maldito, unos dedos anónimos le pedían compañían.

Hace veinte años Berlín volvió a escribirse en singular. Los 45 kilómetros del "muro de la vergüenza" quedaron reducidos a escombros. Si es verdad que la historia no premia a los que llegan con retraso, los méritos de aquella gesta se la apuntaron Mijaíl Gorbachov, Lech Valesa, Ronald Reagan, Helmut Hohl o incluso Juan Pablo II. De nada sirve que ahora el hiperactivo Nicolas Sarkozy vaya de esquina en esquina mostrando una foto en la que, picareta en mano, se le ve rompiendo la fortificación teutona.

El presidente francés asegura que aquella instantánea está datada en la tarde-noche del 9 de noviembre de 1989. "¿Sarkozy estuvo allí?". Esta es la interrogante abierta a partir de la aparición del dichoso documento gráfico en su cuenta de Facebook. Treinta y cuatro años, armado con un pico y de profesión alcalde de Neuilly. El perfil anterior no es el del próximo protagonista de la película de Almodóvar. Es Nicolas Sarkozy 20 años antes. Los sociólogos galos no se atreven a desmentir este documento -nadie ha hablado todavía de fotomontaje-, pero muchos dudan de su valor histórico. Me explico. Parece que el presidente no estuvo en Berlín en las horas que siguieron a la caída del muro. Ahora serán otros los que deberán decidir entre su sentido de la oportunidad y su oportunismo.

(*) Redactor de EL DÍA