HACE UNOS AÑOS el presidente venezolano, Hugo Chávez, no era. O, más concretamente, apenas sabíamos quién iba a ser. Porque en política uno empieza siendo y no sabe cómo acaba, por lo general. El caso es que Chávez no era Chávez cuando fue recibido en el Parlamento de Canarias. Y hablaba delante de sus señorías. De democracia y todo. Le alababan los columnistas y apenas citaba términos como el de revolución. Sólo recuerdo que al escucharlo en la lejanía sentí un ligero escalofrío.

Aquel Chávez era otro. Era un golpista, no se puede negar, pero aún no tenía un inmenso poder en sus manos. Las urnas no se lo habían dado todo. En aquel tiempo pensé cómo actuaría si ya lo hubiera logrado. Qué fácil le resultaba en aquella etapa ser un demócrata. No es igual administrar la confianza de una ligera mayoría de los ciudadanos y verte obligado a negociar que poseer un poder cuasi absoluto. Es en ese segundo caso en el que hay que demostrar. Los primeros temores debieron llegar cuando reformó la Constitución una vez. Los primeros temores, me repito, debieron venir cuando se impuso a sí mismo unificar a quienes lo apoyaban en un único movimiento. ¿A que eso sí nos suena?

Pero entonces nadie olió el peligro. Un pequeño escalofrío, quizá. Al fin y al cabo tenía recursos importantes. Y ¿quién se iba a meter con el tipo que tiene el petróleo? Con todos los poderes en sus manos puso a los suyos en los principales puestos judiciales y electorales. Modificó la Constitución para reelegirse de manera interminable. No lo logró a la primera, pero sí a la segunda. Procesó a sus rivales políticos. Si no podía, hacía una ley y, simplemente, creaba instituciones "supratodo" para puentear su legitimidad. O les acusaba de golpistas. Y les apaleaba verbalmente desde sus emisiones televisivas. Porque también hizo eso, sí, obligó a todos a conectar en directo con sus alocuciones. En caso contrario, te cerraba el canal. Ah, y ha creado una milicia paramilitar en defensa de su nuevo régimen. También alentaba la insurgencia en los países vecinos. Así fue como, poco a poco, llegó a ser aquel Chávez que no era. Y siento el mismo escalofrío al pensar quién puede ser algún día.