EL ANUNCIO TELEVISIVO que vi ayer -¡ah! esos instructivos anuncios de televisión- me refrescó la memoria de una de esas lecciones en el colegio que quedan grabadas, sempiternas. Mientras esperaba por el partido de fútbol, apareció el pan de molde, de los que "aguantan todo" y no se deshace así le pongas un pavo vivo.

Lo importante de aquella sugerencia era que el tremendo sandwich de cabrales y tocino con su huerta entera no tenía... ¡corteza! De los que se inclinan o no por la cebolla en la tortilla de papas lo dejamos para otro "gongo".

Al escuchar la palabra en cuestión se me fue el "santo al cielo" -bueno, al sofá- con aquellas clases de ciencias naturales dedicadas a la corteza terrestre. Me fascinaba.

Hoy voy a la "Wikipedia", que dice: "Es la capa más superficial de la estructura geológica de la Tierra. Su espesor varía de 12 km, en el fondo oceánico, hasta 60 km en las zonas montañosas de los continentes; los elementos más abundantes de esta capa son el silicio, el oxígeno, el aluminio y el magnesio".

Así lo estudiaría, más o menos, pero en mi mente recreaba esa gran pelota con su costra de pan; con sus grumos, sus partes más doradas o quemadas, según le daba el horno solar a nuestro planeta. Me hacía una imagen sugerente.

Con el tiempo, que estoy más talludito, la imagen se torna distinta. El ser humano, con sus actividades varias y su gran respeto por el futuro, ha cogido la corteza y se la ha masticado, con todo su relleno de recursos, parajes verdes, alternativas y opciones que ofrece esta esfera que nos acoge. Al paso que vamos, si fuese una gran tostada redonda y siguiendo la famosa Ley de Murphy, pregunto si la Tierra -nosotros- caerá del lado de la mantequilla.