ME INTERESARÍA EXPERIMENTAR qué es lo que sienten realmente los que llevan remachada en la frente la negativa fría e hiriente por escudo y bandera.

Esos que, sin inmutarse, te dicen "no" con un desparpajo desarmante; esos que, a lo mejor, ni emiten sonido gutural, sino que baten la cabeza con aire de desafío, de inexorable respuesta ante lo que los rodea.

Estaría bien, digo yo, sumirse en la comodidad de afinar un "no" como norma del más impoluto desprecio a la ayuda, a la solidaridad, ante una demanda de comprensión. Están ahí, al lado nuestro, tan autosuficientes.

Aquilatan expresiones frías y dientes afilados para comunicar que con el/ella no es posible; no se puede llegar al entendimiento: es "no", y "no" se queda. Sin medias tintas, sin un "lo pensaré", únicamente la sílaba tajante, resonante, que deja ese rastro aniquilante de los que esperan un sí, un quizá, hasta un ya veremos. Pues "no".

Como experimento no estaría nada mal, durante un día, dedicarse cada uno de nosotros a negar -negativizar- a diestro y siniestro. A quien pillemos. ¡No, no cuentes conmigo; no, no voy a ir; no, no lo permito! ¿No entonces?

Cuánta mala leche y cuanta pobreza anidada en esos "noes" sin maquillar, en esa puntilla sangrante de lenguaje.

Desde la infancia nos transmiten que a veces, según, es positivo decir "no"; pero esto de lo que escribo es otra cosa: es el no fácil, el no nocivo, morboso; "n" y "o" sin más fin que quedar inmune a lo que de bueno te da el vecino.

"Noes" aniquilantes, de hormigón, que cercenan proyectos, que quiebran amores, que yugulan esperanzas.

Lejos de lo que dije al principio, un servidor no va a dedicarse a ese que sería nefasto día monográfico y de experimentación con tanta traición. Que va a ser que "no".