SI ESTE fuera un país organizado medianamente no se molestaría a los ciudadanos ocupados, por parte de las juntas electorales, exigiéndoles su presencia en las mesas el día de las elecciones locales y en las legislativas. Lo decimos porque sería mucho mejor que esas mesas las ocupasen algunos miles de los cinco millones de parados que existen en España, que además se ganarían unas perritas -deberían pagar más por el sacrificio dominical- por su trabajo. Parados muchos de ellos con cualificación más que suficiente para desempeñar esa tarea, que no es que sea tan difícil, ni mucho menos.

Además, nos parece impresentable que trece días antes de los comicios estén comunicando a los que tienen que integrar las mesas su presencia en ellas, tiempo insuficiente para buscar un canguro que cuide a los niños pequeños, para cambiar una guardia o para avisar a sus empresas aquellos que trabajen los domingos. Un desastre.

En cualquier país con dos dedos de frente se emplearía a los parados para que realizaran esas tareas democráticas y ellos lo iban a agradecer en general, no desde luego los gandules redomados apuntados al paro y que no disparan clavo, que los hay y son muy numerosos -parece que en agosto se les va a acabar el cuento, Dios lo quiera-.

Hay gente que no se presenta cuando le toca una mesa y esto sí que no está bien; menos mal que trincan al primer despistado que madruga para votar porque se tiene que ir a trabajar y lo conminan a que ocupe el lugar del ausente. Y el hombre (casi siempre es un hombre porque las mujeres madrugan menos) se queda con dos palmos de narices mientras puede que al que no se presentó le llegue una multa -improbable- o viva unos días con la preocupación de que se la van a cascar. Con lo mal que funciona la justicia, el papel sancionador casi nunca aparece.

Todo se arreglaría con una legión de parados, que recibirían sus cincuenta o sesenta euritos, esperamos que libres de impuestos (por lo menos debería ser así), el bocadillo de chorizo de perro y el refresco de soda, que nunca fallan. Y todos tan contentos. Y no reclutar, a base de listado, a los ciudadanos que curran toda la semana y que han de hacer el esfuerzo -por muy democrático que sea- de lidiar con la junta electoral, los apoderados e interventores de turno que todo lo rebumbian, el guardia de la puerta y el currelas que va a votar, buscando a ciegas una mesa que muchas veces no encuentra. Parados entrenados; eso es lo que hace falta. Que tienen tiempo.