EXISTE una extraña propensión en la ciudad de Santa Cruz a atentar contra la cosa pública. Esta capital está hecha un asco de pintadas y de roturas de mobiliario urbano. Los incívicos atentan constantemente contra lo que es de todos, incluso contra obras de arte como "El Guerrero", de Henry Moore, que se expone en la Rambla de Santa Cruz. Lo pintan esos andrajosos y se quedan tan panchos. Qué lástima que el inerte guerrero, a pesar de su nombre, no pueda defenderse de estos matones.

Una vez se mamaron el chicharro de la plaza del mismo nombre y apareció en una chatarrería de Valencia. Otra vez se llevaron las banderas de la batalla contra Nelson y la policía las recuperó. En cierta ocasión, un guardia municipal de Santa Cruz, en plena cargacera y franco de servicio, trepó trabajosamente -era muy gordo- por el edificio de Presidencia, a la sazón en la plaza de Los Patos, y arrancó del mástil la bandera de los perros, la oficial canaria. No le gustaba. Y a nosotros tampoco.

Hace unas semanas, alguien se subió al balcón del Consulado de Vietnam, en la calle San Francisco, y se llevó una hermosura de bandera, bordada a mano, que el cónsul, Kumar T. Bharwani, había mandado colocar en el frontispicio del inmueble. La policía tiene una lista de sospechosos y no se descarta que todo sea una broma de mal gusto. La bandera ya ha sido reemplazada.

Hay una legión de gamberros armados con botes de pintura por toda la ciudad. La vía sobre el barranco de Santos, una belleza, ha comenzado a recibir las agresiones de los malandros. Se pueden ver pintadas en muros de esta vía, que en los primeros meses de funcionamiento era vigilada por la Unipol, pero cuya custodia se ha relajado con la nueva corporación. Santa Cruz es hoy una ciudad sucia y descuidada, en la que quienes realmente mandan son los incívicos barriobajeros que no tienen conciencia de que es preciso respetar lo que es de todos. De todos menos de ellos.

Entre banderas y chicharros malvive Santa Cruz su infortunio. Es de pueblo culto y amante de su patrimonio respetar el mobiliario y las infraestructuras, pero aquí se degrada todo, se ensucia todo y se enmierda la ciudad sin reparo alguno. Y, lo que es más grave, no se practica ninguna detención. Hace falta atrapar a los gamberros y ponerlos a disposición de los jueces. Y que estos dicten sentencias ejemplares, como por ejemplo que reparen el daño causado, además de abonar una multa sustanciosa para que se les quiten las ganas de volver a hacerlo.