SOBRE la conciencia de Ricardo Melchior y de Aurelio Abréu quede el juego sucio que han ejercido contra su compañero de corporación, Antonio Alarcó. Electoralmente no les valdrá de nada; si acaso un puñado de votos más para el agraviado. Esta tierra es muy pequeña y en ella no hace falta tumba del soldado desconocido, porque nos conocemos todos. Se han necesitado muchos años para convertir al Cabildo en una institución ausente de líos para que vengan ahora estos dos a cercenar la tradición. Qué pena.

Pero la sociedad tinerfeña sabe quién es quién y por qué se ha convocado un alocado pleno en medio de la campaña electoral. Melchior y Abréu, en su papel de Dúo Sacapuntas, han intentado echar mierda sobre quien les va a ganar de calle el día 20 de noviembre. Y no han reparado en gastos, arrastrando en su mala baba a funcionarios del Cabildo, auditores, etcétera. Porque a estas alturas nadie sabe las conclusiones reales de la auditoría hecha a la sociedad insular que presidía Alarcó, ya que se ha dado a conocer parcialmente y acompañada de una ristra de falsedades.

Habrá un antes y un después en el Cabildo, tras este juego sucio. Ya no va a ser lo mismo. Es la guerra. El PP no va a parar hasta que no vea a Melchior fuera de la corporación. Y está reuniendo elementos para conseguirlo. Que no se queje porque ha sido él quien ha iniciado una guerra absurda, en compañía de su comparsa de Buenavista.

A partir de ahora, toda la gestión en el Cabildo se va a mirar con lupa. Y ya se sabe lo que pasa en las corporaciones; que si todos se ponen a observarse unos a otros no sale ni un papel. El Cabildo tiene fama de contar con funcionarios muy competentes y con una corporación que siempre se une en los momentos importantes. Pues la tradición se ha roto. Nadie se opone a una auditoría, pero parece bastante mezquino aprovecharla, tergiversarla, confundir a la gente y celebrar un pleno monográfico sobre ella en mitad de la campaña electoral. Esto puede ser calificado hasta de actitud mafiosa.

Melchior ya no caerá igual en la sociedad tinerfeña. Ha cometido un gravísimo pecado de petulancia, de soberbia y de falta de compañerismo. Abréu es un segundón que es vicepresidente del Cabildo de rebote y come en el pesebre que le han dejado. Pero la historia no va a terminar aquí, ni mucho menos. Y el que pierde es el pueblo de Tenerife, al que el Cabildo representa.