Lo publicábamos el sábado en nuestra primera página con la intención de que se avergüence el déspota político que gobierna en estas Islas para desgracia de todos sus habitantes, aunque él no suele avergonzarse: casi mil familias canarias han sido desahuciadas de sus casas en los últimos nueve meses. No sabemos si entre los que han perdido su hogar se encuentra algún político. Pensamos que no porque los recortes son para los ciudadanos, no para los políticos que siguen disfrutando de buenos sueldos, dietas, coches oficiales, teléfonos pagados con dinero público y prebendas varias, entre ellas volar en helicóptero, que es lo que hace el más infame de todos ellos tal vez para que no le alcancen las piedras que de un momento a otro le va a arrojar el pueblo a su paso, o quizá para no ver las colas del hambre que él tanto ha contribuido a provocar.

Todos los políticos, sea cual sea su ideología o el partido en el que militan, son culpables de esta situación. Pero lo son aún más los falsos nacionalistas de Coalición Canaria porque se han limitado a la connivencia con los partidos estatistas; es decir, a seguirles el juego a los españoles en vez de plantear en Madrid, sin dilaciones, sin complejos (porque no les va a pasar nada; no los van a encarcelar ni a fusilar al amanecer) que Canarias no puede seguir siendo una colonia disfrazada de comunidad autónoma. Tenemos la mayor tasa de paro y los peores indicadores económicos de Europa. ¿A qué esperamos? ¿A la miseria absoluta? No somos partidarios de la violencia. Jamás apoyaremos acciones violentas, ni siquiera por una causa justa como lo es la consecución de nuestra independencia. Pero la gente se cansa. De hecho está ya muy cansada de tanto despotismo, tanta ineptitud y tantos engaños. Culpables: Paulino Rivero, Ángela Mena y la caterva de falsos nacionalistas bolsilleros de los que se han rodeado como una peripatética guardia pretoriana.

Sabemos, y así lo hemos escrito muchas veces en estos editoriales, que no todos los que militan en Coalición Canaria son falsos nacionalistas. También hay patriotas en ese partido. A ellos apelamos en este día, en estas fechas navideñas más tristes que nunca -lo decíamos el sábado y también ayer- por culpa del déspota político que padecemos como presidente. O CC se libra de Rivero y Mena, o desaparece como formación política. No hay otra posibilidad. Coalición Canaria tiene que librarse, asimismo, de los quintacolumnistas que torpedean el proceso de nuestra construcción nacional. De nada sirve enarbolar la bandera de las siete estrellas en un mitin, ni tampoco decir que es preciso adelantar el congreso nacional para introducir cambios. La primera decisión que deben adoptar los nacionalistas para no desaparecer es liberarse de la demoníaca pareja. Paulino Rivero ha demostrado que no vale. Nosotros confiamos en él; depositamos grandes esperanzas en él; lo considerábamos la persona adecuada para timonear la transición desde un vil sometimiento colonial que se prolonga ya seis siglos hasta la libertad de la que vamos a disfrutar con la independencia. Porque, pésele a quien le pese, la independencia de esta tierra llegará más pronto que tarde. Es cuestión de tiempo.

Nosotros, lo reiteramos, pensábamos que el actual presidente del Gobierno regional era la persona adecuada para encauzar las aspiraciones de miles y miles de canarios. ¡Cuánto nos equivocamos! Pero rectificar es de sabios. Por eso hemos rectificado. Por eso pedimos ahora tan insistentemente la dimisión, e incluso el destierro, de Paulino Rivero y de su esposa. Una rectificación que no es capaz de hacer ninguno de estos dos, ni tampoco ninguno de los que los acompañan en la cúpula de CC porque no son políticos inteligentes; son torpes, bolsilleros y colaboracionistas con los españoles que nos esclavizan.

Por si fuera poco, la quícara Oramas estrena su segunda legislatura como diputada en las Cortes españolas (la legislatura que le dará derecho a la máxima pensión cuando se jubile) amenazando a Rajoy con que Canarias puede convertirse en un problema de Estado. Nos imaginamos las risas por lo bajo que debe haber causado entre los pocos diputados que la escuchaban en ese momento en el Hemiciclo, pues cuando habla la señora Oramas, asomando apenas su cabeza sobre el atril, la mayoría se marcha a la cafetería. No les interesa nada de lo que pueda decir una indígena colonizada; un ave exótica llegada desde muy lejos; desde las colonias. Y mucho menos les interesa esa absurda amenaza de convertir a Canarias en un problema de Estado. Eso no se lo cree nadie. Sin embargo, qué distinto sería el panorama si la quícara, subida a su escaño para que la viesen sin obstáculos de altura, dijese que ya está bien; que seis siglos de colonización (una ocupación por la fuerza de un territorio que comenzó con el holocausto del pueblo guanche) suponen demasiado tiempo de esclavitud, por lo cual los canarios le exigen al nuevo presidente que haga lo que no hizo ninguno de sus antecesores: dar cumplimiento a la legalidad internacional, a las disposiciones de organismos internacionales firmadas en su día por España, como es el caso de la Resolución 1.514 del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, y establecer un calendario de negociaciones para el traspaso de poderes desde la metrópoli a Canarias. Un proceso que debe comenzar, insistimos, de forma urgente y estar concluido antes de un año.

En tales circunstancias sí le harían caso a la señora Oramas. Los diputados dejarían lo que están haciendo y correrían a sus escaños, incrédulos todavía ante lo que están oyendo. Habría portadas de primera página en todos los periódicos nacionales y también en los de otros países. Sabemos que muchos de aquí y allá se resistirían, porque España no quiere perder una finca que tantos réditos le produce, pero eso sería lo de menos. Los españolistas y los amantes de la españolidad pondrían el grito en el cielo. Habría mociones en los ayuntamientos para proclamar la españolidad de estas islas, lo cual es falso de toda falsedad, pero todos terminarían por rendirse a la evidencia de que Canarias, ni es España, ni es de España; a la evidencia de que los canarios somos canarios y no españoles. En ese momento estaría asegurado el futuro político de CC y sus miembros pasarían a la historia con el mismo perfil de los libertadores americanos.

No obstante, nada de esto parece que vaya a ocurrir. Sabemos que poco o nada podemos esperar del actual nacionalismo canario, porque es un nacionalismo falso y traidor a su pueblo. Nuestra esperanza está en los patriotas que no se dejan comprar por las migajas de Madrid, porque saben que su tierra produce riquezas infinitamente superiores. Riquezas que hoy se maman los españoles, directamente o a través de las oficinas recaudadoras de impuestos, con el beneplácito, inclusive con la complacencia, del nacionalismo colaborador de los partidos estatistas. Ahí tenemos la triste imagen de una Ana Oramas, que se autotitula la voz de Canarias en Madrid, corriendo a echarse en brazos de Mariano Rajoy como antes lo hizo en los del presidente Zapatero. Qué vergüenza. Nada tenemos contra el nuevo presidente del Gobierno. Al contrario: pensamos de él que es un político capacitado al que le deseamos mucha suerte porque somos conscientes de que la va a necesitar para resolver el caos dejado tras de sí por el otro. Pero no es nuestro presidente; lo es de los españoles, no de los canarios. Y se honraría como español si diese el paso de subsanar una injusticia histórica, un crimen infame, un holocausto como fue la conquista de esta tierra. Una ocupación que se llevó a cabo durante casi un siglo, porque los canarios lucharon fieramente para defender y conservar su tierra -salvo los de la tercera isla, que se rindieron casi desde el primer momento y luego colaboraron con los invasores para someter a las demás-, y que, incomprensiblemente, continúa en nuestros días nada menos que seiscientos años después.