A FITUR, que ya acaba, iban los alcaldes barrigones y sus concejales analfabetos a estrenar los ternos que les quedaban cortos y largos, nunca a medida, a hartarse de comer jamón serrano y a babear la cerveza en las barras de los hoteles de cinco estrellas. Y no podía faltar una visita a Angelo´s y al Pigmalión, los putibares de moda.

Cuando la bonanza, Fitur era una inmensa horterada, en la que el mago asistente intentaba convertirse en experto en turismo y tomar el pulso a la industria de la que hablaban los demás.

Hoy las cosas han cambiado; ya no va allí tanto concejal, sino otros asistentes más sofisticados, que se pagan el periplo de su bolsillo y que pontifican, en reuniones de poca consistencia, lo que está por venir. No nos podemos quejar en Canarias, ya no por Fitur, sino por la primavera árabe, porque a los países en conflicto no va ni Dios, sino que todos vienen a las apacibles islas de don Paulino, otro mago en Fitur.

Si fuéramos más listos llegarían todavía más turistas, pero es que aquí, señoras y señores, aburrimos a los emprendedores y los sometemos a montañas de directrices, de normas subsidiarias, de planes parciales y de concejales trincones, antes de darles una licencia. Y se retraen y se van al Caribe, donde todo es igual pero más fácil de sobrellevar. Porque aquí el exceso de normas está para hacer que no se haga nada y allí para saltárselas. He ahí la gran diferencia/herencia que tenemos y que dejamos al otro lado del mundo.

Bueno, pues en Fitur se toma el pulso a lo que ya sabemos. Y entonces vemos a una serie de personajes pasear por los pabellones lejanos, hablando de turismo sin saber de qué hablan; algunos van sin rumbo, mirando desesperadamente sus relojes y deseando que llegue la hora de almorzar. Otros cierran contratos que ya estaban cerrados y finalmente los menos flirtean con las azafatas, con éxito dispar, en las vísperas de coger el avión. A esos siempre les falta un cuarto de hora para haber dado la estocada y llegan a sus casas derrotados, como si hubieran triunfado o dejado la piel en aquellos pasillos llenos de gente que no sabe a dónde va.

Así son las ferias conocidas, desde la World Travel Market londinense a la de Berlín y a Fitur, que agoniza. Para cada cual, cada una de ellas es la mejor del mundo. Siempre hay algo que es lo mejor del mundo: la cerveza, el Real Madrid y las ferias de turismo.

Pero la mejor feria, o la mejor putiferia, para nosotros es la primavera árabe, que deja vivos en Canarias, huyendo de los conflictos. Porque no hay nada más miedoso que el turismo y Dios permita que lo siga siendo.