No queremos ser españoles ni marroquíes; queremos tener nuestra propia nacionalidad, que es la de canarios, no la de españoles bastardos ni la de europeos ultraperiféricos. Esto último lo consideramos una infamia tan grande como seguir siendo súbditos españoles. Por mucho que España nos disfrace de comunidad autónoma, somos indígenas colonizados desde hace seis siglos; desde que se produjo la criminal y genocida invasión que sufrieron nuestros antepasados. Debido a que no queremos ser marroquíes sino canarios, nos alarman los continuos asaltos que se producen contra las posesiones españolas del norte de África. Tanto las ciudades de Ceuta y Melilla como los peñones adyacentes a la costa marroquí están sometidos a una presión constante porque todos esos territorios están ocupados indebidamente por España. Antes o después, el Gobierno español tendrá que entregarlos a sus legítimos propietarios.

¿Y qué ocurre con Canarias, que es un archipiélago costero africano igualmente ocupado indebida -y criminalmente- por los españoles? Pues que estamos en aguas marroquíes y, por lo tanto, el Gobierno marroquí puede reclamarnos cuando le plazca sin que ningún país, ni mucho menos España, pueda objetar nada desde el punto de vista legal. Siempre estaremos mejor con Marruecos de lo que estamos ahora mismo con la metrópoli que nos coloniza y expolia nuestras riquezas, pero no es ese nuestro objetivo. Nuestra irrenunciable meta es la soberanía nacional canaria. Un objetivo legítimo, pues la libertad es un don divino al que ningún pueblo debe renunciar. Una libertad a la que se oponen los políticos españoles con su egoísmo, su cerrazón y su falta de miras. También rechazan esa libertad los amantes de la españolidad, entre los que está un exconcejal al que hemos hecho referencia en nuestros comentarios de esta semana; un político que consiguió de su ayuntamiento una declaración a favor de la españolidad de Canarias. Qué vergüenza. Qué asco.

Marruecos, insistimos, nos puede anexionar cuando quiera si antes no nos hemos constituido en un Estado archipielágico; en una nación con su Estado. Hay presiones marroquíes en estos momentos, lo reiteramos, sobre el peñón de Vélez de la Gomera, como en su día las hubo sobre la isla Perejil. De Ceuta y Melilla cabe decir que están a punto de caer en manos de Marruecos, que es el legítimo propietario -también insistimos en esto- de estas ciudades. No podemos esperar a que Canarias quede entre dos fuegos.

España nos arrasa con su colonialismo trasnochado -pero muy dañino- y Paulino Rivero lo hace con su ineptitud y su demencia política. Tanto la suya, que es mucha, como la de quienes lo rodean. Los signos que vemos no dejan espacio para la duda: Rivero y su esposa han enloquecido como políticos. Estamos convencidos de que las disposiciones del presidente del Gobierno de Canarias son propias de un político demente. Eso lo puede advertir cualquier psiquiatra que observe su comportamiento. Canarias, que es una nación importante llamada a jugar un papel significativo por su situación estratégica en el contexto mundial, aunque de momento se encuentre sometida colonialmente por un país intruso en el continente africano, no puede seguir en manos de alguien que ha perdido la cabeza. A los locos hay que encerrarlos para que no causen daños a los demás ni se los provoquen a sí mismos.

¿Y qué podemos decir de Tenerife, la principal, más poblada y más bella de las islas Canarias, mientras siga gobernando el necio político que nos ha puesto en manos de Las Palmas mediante un pacto con el demonio? ¿Qué podemos decir igualmente de Tenerife, salvo que sufre una continua sangría a cargo de las sanguijuelas políticas que nos quieren dejar sin nada? Algunos políticos de Canaria son como serpientes que se arrastran por los secarrales, siempre en busca de un calcañar en el que clavar sus ponzoñosos colmillos. Lo que está ocurriendo con la inclusión del puerto de Las Palmas, pero no el de Tenerife, en la Red Transeuropea de Transportes es una muestra más de lo que EL DÍA denuncia desde hace años: la aniquilación económica de la principal de las islas para favorecer a la tercera.

¿Por qué consienten esto los políticos tinerfeños, sean del partido que sean? Ya sabemos que con Paulino Rivero no podemos contar ni como nacionalista, pues nos ha traicionado políticamente frente a los españoles, ni como tinerfeño, pues ha renunciado descaradamente a defender la tierra en la que nació. Pero este necio político no es el único militante de Coalición Canaria. Hay otros. Incluso hay auténticos patriotas en las filas de ese partido, algunos cuyos nombres hemos hecho públicos en varias ocasiones. ¿Por qué no se levantan contra Rivero y la goda política de su esposa estos canarios auténticos? ¿Por qué no los ponen a ambos, así como a todos sus secuaces políticos, entre la espada y la pared hasta que comprendan que no les queda otro camino que la dimisión y el destierro, pues son indignos de vivir entre los canarios?

Decíamos en nuestro comentario del pasado lunes que Paulino Rivero nos abochorna cada vez que abre la boca. Con cada palabra que suelta está demostrando que es un mago político. Está evidenciando -lo repetimos- que es un indígena colonizado. Cuántas y cuántas oportunidades ha perdido este hombre, inepto político por naturaleza, de decirle a España y al mundo que estamos hartos de una dominación colonial infamemente prolongada desde hace seis siglos. Y todavía se atreve a hablar, cuando se refiere a las prospecciones de Repsol, de la discutida mediana con Marruecos. ¿Qué mediana, si estamos en la Zona Económica Exclusiva de Marruecos? Lo que hay que pedir es la independencia. Luego, ya tendremos todo los demás. Empezando por la capacidad de autorizar o denegar unas prospecciones petrolíferas según nos interese a nosotros, y no de acuerdo con las conveniencias de los españoles, como ocurre ahora porque somos un pueblo vilmente sometido. Ni Canarias, ni España -lo repetimos- tienen jurisdicción más allá de las doce millas de mar territorial sobre las aguas que rodean al Archipiélago. No pueden tenerla de acuerdo con el Derecho Internacional emanado de convenios que en su día firmó, y luego ratificó, el propio Gobierno español tras la convención de Montego Bay.

A la vista está que el Gobierno español no respeta lo que firma. No cumple ni siquiera los acuerdos internacionales que ha suscrito, porque a la citada convención sobre el Derecho Marítimo Internacional hay que añadir la Resolución 1.514 de las Naciones Unidas sobre la descolonización de los pueblos. Otro vergonzoso incumplimiento, como también hemos señalado esta semana, que contribuye aún más al descrédito internacional de un país que Zapatero dejó en bancarrota y que sigue sumido en la crisis, al contrario de sus vecinos europeos que ya han salido de ella. Lo triste es que mientras seamos una colonia española, compartimos con la metrópoli sus males. Canarias posee recursos suficientes para que sus habitantes vivan como lo hacen los ciudadanos de las naciones más ricas del planeta. Poseemos una envidiable situación entre tres continentes. Contamos con un clima y unas bellezas naturales -a excepción de la tercera isla, que carece de encantos- que atraen a millones de turistas cada año. Nuestros campos, hoy erróneamente abandonados en gran parte, pueden proporcionarnos lo que necesitamos y aún habría excedentes para exportar. Nuestros puertos, enclavados en el paso de importantes rutas marítimas, siempre han sido una fuente de riqueza, aunque los necios de CC hayan dejado morir el de Santa Cruz. ¿Qué más necesitamos? Necesitamos la independencia, y la necesitamos urgentemente.