El turbio asunto de la Red Transeuropea de Transportes ha servido para levantar conciencias en torno a la gestión disparatada, abracadabrante, del puerto de Santa Cruz. Y ha servido también para poner en evidencia a los que se están cargando Tenerife desde dentro. Porque tenemos el enemigo en casa.

Se ha despertado una ola de indignación entre la gente por la marginación de la Isla, pero la opinión pública se ha dado cuenta, al mismo tiempo, de que la Autoridad Portuaria tinerfeña es un desastre y de que en nuestro recinto marítimo no se ha movido un dedo en años. Vayan ustedes, lectores, si les place, a Los Campitos, como nos decía ayer un lector, y miren desde arriba los depósitos de chatarra en los muelles, las grandes explanadas sin nada construido -a pesar de la demanda, sobre todo de ocio y restauración-, y las líneas de atraque vacías. Repasen la sección portuaria de este periódico y comprueben los barcos que entran y salen. Una vergüenza.

¿Cómo se atreven a echarle la culpa a Europa y a España de que no estemos en la Red Transeuropea de Transportes? La culpa es nuestra. De nosotros, que hemos permitido que políticos ineptos y funcionarios gandules arruinen lo que tenía que ser motor de la ciudad y de la Isla; una bella puerta de entrada donde el turista encuentre ocio y actividad comercial, donde el habitante de la ciudad se divierta, el consignatario encuentre facilidades, el inversor halle motivos para desarrollar su actividad y las navieras un lugar competitivo para realizar sus operaciones.

¿Es esto mucho pedir? ¿Por qué consentir el no a todo, que es la divisa del puerto de esta ciudad desde hace años? ¿Es que no quieren trabajar o es que las leyes restrictivas y contradictorias nos están comiendo por las patas para arriba? ¿Por qué en otros puertos se dice que sí y aquí siempre se dice que no?

Reflexionemos sobre todo eso y exijamos dimisiones. Que alguien ponga coto a lo que está ocurriendo en el puerto de Santa Cruz. Tenemos cartas de empresarios realmente dolidos con la Autoridad Portuaria y con sus funcionarios. Como nos decía un cualificado lector, ayer mismo: "Mi hija conoció el yodo del mar en el vientre de su madre cuando nos permitían pasear, en los atardeceres, hasta la punta del muelle Sur; y nos parábamos a hablar con quienes entraban y salían a los barcos. Ahora no encontramos sino vallas, suciedad y prohibiciones. Y discusiones de los taxistas, ante una pareja de asombrados turistas que aguardan el resultado de la pelea para abordar el taxi e intentar ver la Isla".