El país es una pura manifestación. Todo el mundo se ha echado a la calle. Pero principalmente los socialistas. Hasta el tal Bardem, disidente en España, sumiso en los Estados Unidos, ha justificado al presunto delincuente Sánchez Gordillo, tras sus asaltos a los "Mercadona". A lo mejor el actor Bardem está de acuerdo con que los que tengan sed vayan a su bar madrileño, "Corazón Loco", creo que se llama, y se tomen una copa gratis a la salud del citado Sánchez Gordillo.

Los hay impresentables en este país. Y algunos de ellos son ese grupito que le hizo la ceja circunfleja al imbécil que nos metió en todo este lío del que Rajoy y su Gobierno no pueden sacarnos. Esto es el caos y en España ya no queda sino gente en la calle, cabreada, manifestándose. Entre ellos los que provocaron este caos, los socialistas y la izquierda radical, pero sobre todo los socialistas. Ahora se convierten a sí mismos en víctimas.

Ya no vivimos sino para sustos. Cada viernes, una nueva subida de impuestos. Y eso que no los iban a tocar. Cada viernes, un arreón para los jubilados, que viven pendientes de su pobre corazón. Cada viernes, una medida para contrarrestar la herencia que nos dejaron. Pusimos el país en manos de un memo solemne y nos legó un erial.

Vivimos pendientes de Alemania, que parece que es quien manda al resto de Europa. Por culpa de Alemania se produjo una gran guerra. Ahora, por culpa de Alemania, se ha generado una guerra económica de consecuencias imprevisibles. Por culpa de Alemania se puede romper Europa. Manda Alemania, casi todos los demás callan. Y nosotros tenemos que callar más por mor del memo que negó la crisis, como Pedro a Cristo.

Pero las huestes del memo solemne están en la calle, echándole la culpa a los que vinieron después y no tenían responsabilidad alguna en lo que ocurrió. Es la eterna demagogia socialista, que costó una guerra civil. Y que ahora cuesta una guerra económica.

Los paralelismos en la historia nos turban, nos asustan. Los sucesos se repiten con una facilidad pasmosa. Estamos metidos en un extraño nuevo orden que puede acabar con esta sociedad atribulada e intranquila. De Canarias, ni hablamos. Somos un reflejo -malo- del resto, porque aquí no hay nadie con cabeza que sea capaz de conducirnos a buen puerto. Esto lo sabe todo el mundo.