PARECE que la empresa Royal Caribbean abandona el puerto de Santa Cruz. Los clientes de esta naviera, quizá la número 1 del mundo en cruceros, opinan que el recinto portuario santacrucero no reúne las condiciones de comodidad y de facilidades para que los grandes barcos toquen en este puerto. Nosotros ya hemos hablado de ello en esta sección y en este periódico, así que la noticia no nos coge de sorpresa.

Hemos seguido la ruta que deben hacer los cruceristas para visitar la ciudad. Y no podemos sino dar la razón a quienes critican el estado de abandono que sufre nuestro recinto portuario. Hace años, el puerto y la ciudad estaban integrados. Pero llegaron las vallas y la obsesión de los dirigentes de la Autoridad Portuaria por crear como un estado aparte dentro de la ciudad. Y la fastidiaron.

Ahora, el puerto de Santa Cruz se ha quedado antiguo. Las obras en la avenida de Anaga y en la Marítima interrumpen el paso de los turistas que llegan en esos barcos. Los muelles no tienen atractivos: ni comercios, ni zonas de ocio, ni siquiera servicios mínimos adecuados para la comodidad de tanta gente. La estación marítima es lo más cutre que se despacha, propia de un puerto africano, pero no de uno como el que la isla y su capital se merecen. No sabemos si la Royal Caribbean volverá o su decisión será definitiva. Pero tampoco nos extrañaría que otras compañías imitaran su ejemplo. Y lo peor es que la Autoridad Portuaria parece que no reacciona. El puerto, desde hace muchos años, ya no es lo primero.

Y si nos ponemos románticos, este recinto lo dio todo por la capital de la isla. Vivió los momentos tristes de la emigración y los alegres del regreso a casa. Nos dio muchas satisfacciones cuando los puertos francos, convirtiendo a Canarias en un paraíso de las compras. Miles de personas venían a buscar aquí lo que no encontraban en otros lugares, desde medicinas a aparatos electrónicos. Éramos diferentes y felices e incluso veíamos con simpatía la actuación de las llamadas lanchas rápidas y el cambullón.

Luego todo cambió, se reguló todo para que nada funcionara y el resultado es que seguimos viviendo de espaldas al mar, paradójicamente porque un puerto lleno de vallas y de controles lo impide.

Santa Cruz tiene que recuperar su muelle, ajardinarlo y llenarlo de atractivos para el visitante. Pero aquí nos pasamos los años pariendo ideas para luego no ejecutar ninguna. Y, si no, que se lo pregunten a los pasajeros de la Royal Caribbean, que prefieren otros destinos al nuestro, que siempre fue tan atractivo.