El Gobierno de Madrid quiere que los padres paguen sanciones por los reiterados ingresos de sus hijos en centros públicos, borrachos. Nos parece muy bien. l botellón es una moda estúpida que se traduce en un absurdo campeonato a ver quién acaba la noche más beodo.

Hace muchos años que el botellón se practicaba en Suecia, donde las ambulancias recogían a los borrachos en las calles y los llevaban a los hospitales. Pero allí apoquinaban el costo de la ambulancia, el del centro asistencial y una multa. Luego para el Gobierno era hasta rentable la cosa, porque el sueco ebrio del sábado noche al día siguiente no tenía que ir a trabajar y no se perdían horas. Aquí se hace botellón la víspera de la víspera. Y, además, las secuelas corren a cargo del stado; o sea, de nosotros mismos. Suecia ha cambiado y se ha moderado.

La medida del Gobierno español parece sensata, pero yo personalmente la aplicaría desde el primer ingreso en el hospital y así evitaría la reincidencia. Como este es un país de extremos, no hay nadie más borracho que el adolescente españolito, que empieza a consumir alcohol desde los doce años. sto es imperdonable y supone una grave irresponsabilidad de los padres. Lo próximo será que los niños vivan en las alcantarillas. No hay derecho.

l botellón se adueña de las ciudades. Se trata de una práctica bobalicona de la que no se saca nada en claro, porque ni es cultura ni es intercambio de ideas ni es convivencia; nada, no es nada. Solo una extraña competición en la que el más hombre, o la más mujer, es el que más bebe. Váyanse por ahí, niñatos impresentables.

Ahora, el Gobierno, a la vista del panorama, quiere poner orden en el asunto. Y va a multar a los padres que dejan a sus hijos que hagan lo que les dé la gana. Cuando a uno le tocan el bolsillo, mal asunto. O sea, que probablemente la medida generará sus efectos y tendremos muchos menos candidatos a alcohólicos en este país en el que siempre triunfan los extremos. O somos los mejores o somos los peores, no hay término medio.

l botellón, pues, conoce su primer embate. Algunas ciudades lo han prohibido porque, además, recoger la basura que dejan jóvenes y adolescentes les cuesta mucho dinero a los ayuntamientos. Un rastro que parece un campo de batalla. Son unos jediondos. Dejen la palabra así, en canario, que tiene más énfasis.

n fin, golpe al botellón, con medidas coercitivas para que los protagonistas no campen por sus respetos, que ya está bien. Aquí todo el mundo tiene que cumplir la ley.