Tenemos, afortunadamente para nuestra forma de hablar, una Academia Canaria de la Lengua, a la que no pertenezco, a pesar de haber sido propuesto por Juan-Manuel García Ramos, Arturo Maccanti, Ramón rujillo y Eligio Hernández. Joder, si no estoy dentro con esos avales -porque dos académicos amenazaron con marcharse si yo entraba, Pepe Alemán y González Viéitez-, pues ya no ingresaré nunca. González Viéitez iba al Parlamento en mangas de camisa, tipo mosén Xirinachs, pero en casa tenía a las criadas con cofia, tipo Cayetana de Alba. En fin; pero no quería hablarles de eso. Cité a la Academia porque en mi vida había escuchado debate con mayor pobreza conceptual y con peor uso del castellano que el del viernes en La Palma, que acabó con la expulsión de la presidenta del Cabildo, Guadalupe González año, a votos del PSOE y del PP. Era constante el tableteo de "compañeros y compañeras", porque a los políticos les ha surgido la creencia de que diferenciar innecesaria y reiteradamente los géneros les concede mayor audiencia, cuando ocurre todo lo contrario. Sencillamente, empieza a flotar en el ambiente una sensación de imbecilidad que anula, incluso, cualquier ocurrencia positiva del orador. En este caso la cosa tenía más coña, porque cada vez que los actuantes vociferaban "palmeros y palmeras", a mí me daban ganas de gritar: "¡Chupay, chupay!". Y eso. Lo escuché a través de la Cope, que tuvo el atrevimiento y el mal gusto de ofrecer el debate entero. Nunca aprecié peor contenido intelectual en los discursos, que se limitaron a esparcir odios y a justificar posturas y a torturar el castellano, el idioma de Cervantes y de Pepe Alemán. No daba crédito a lo que estaba escuchando, ni al continente, tremendamente plúmbeo, ni al contenido, ramplón e inmisericorde con la atribulada audiencia, que probablemente no entendía nada de nada de lo que aquellos analfabetos funcionales vociferaban en el salón de plenos del Cabildo palmero. Si existieran cárceles de papel, como aquella de "La Codorniz", los hubiese metido a todos dentro y les mandaría bocadillos de mortadela, en bandejas de plata, naturalmente a manos de las criadas con cofia almidonada de González Viéitez. Así que si la Academia de la Lengua quiere justificar su existencia y la subvención -por cierto, exigua- que recibe del Gobierno de Canarias, a costa de nuestros bolsillos, tendría que enviar un delegado -como hace la FIFA- a estos debates parlamentarios, insulares y municipales, para que tomara nota del mal uso del español y propusiera la expulsión de sus instituciones de los que descartan el género epiceno o neutro para referirse a personas, animales o cosas. Yo entiendo que nuestra Academia se llene de filólogos y de biólogos, en pro de la dinamización del lenguaje, pero también debería la docta casa poblarse de delegados de la FIFA, con poder para expulsar de las instituciones a los magos peludos metidos a políticos que destrozan nuestro habla. Yo cedo mi candidatura en favor de un delegado de FIFA y agradezco a mis amigos que se hayan tomado la molestia de proponerme y los libero de más insistencias y de más molestias. Me rindo. Lo pensé ayer, cuando se me apareció mi padre en sueños, por cierto, emperchado, para decirme que no fuera pollaboba y que dejara eso. Incluso me dijo que no escribiera más, que ya son demasiados años contando gilipolladas. Escuchaba la radio rumbo a mi soleado Norte y la Guadalupe seguía con su "palmeros y palmeras" y yo me desvanecía entre el "catay, catay" y el "chupay, chupay". Imaginen que tuviera que seguir la canción "... y dile a la palmerita y al palmerito que se asome a la ventana y al ventano...". No, qué va, no se puede resistir, un día voy a estrangular a alguien. Si pretenden condenar a siete años y medio de cárcel a una pobre pianista y a sus padres por molestar a una señora tocando y permitiendo que se toque el instrumento, ¿por qué no meten ya en la cárcel a un político (o a una política) por agredir a Cervantes y a González Viéitez? Punto final. Ah, algo más quería añadir. Esta semana que acaba, por razones que no vienen al caso, le pedí un favor urgente a mi amigo Manuel Artiles, director de Mírame V. Y atendió mi solicitud sin rechistar. Quiero que quede constancia de ello, porque no todos mis amigos reaccionan siempre así. Y lo felicito por el premio que les ha concedido la Cruz Roja. Ahora sí, punto final.