Viven los herreños con desesperanza los ruidos de un dragón que vomita fuego a 15 kilómetros de profundidad. Una fuerza de 5,1 grados en la Escala de Richter, el último terremoto, en la víspera del día de los Inocentes; pero aquí no hay bromas. Yo he vivido dos de más de 6,5 grados, también de la escala de Richter (porque existe la de Mercalli): uno en Sevilla y otro en Tenerife. Es complicado reaccionar bien en medio de un seísmo, incluso para mí que tenía mucha sangre fría (ya no, ahora me entra un canguelo terrible y ando de un lado para otro buscando inexistentes salidas). Uno, con la edad provecta, se vuelve cagón; ya no tengo el empuje y la frialdad de aquellos años. Ahora huelo peligro y recojo a las perras y me forro como si estuviera lloviendo y agarro la caja de las pastillas y siempre tengo la moto con gasolina por si hay que salir cagando leches con rumbo incierto. Yo quiero mucho a la isla de El Hierro, donde tuve casa antes del diluvio universal. Cuando lo de Sevilla vivía en el colegio mayor un cojo que tenía muy mala leche y que estudiaba derecho (ironías de la vida). Nos tenía tan hartos que el día del terremoto lo dejamos tirado en un pasillo mientras los demás corríamos a ponernos a salvo. A alguien le debió remorder la conciencia porque dos o tres subimos a buscarlo y lo encontramos allí, pidiendo perdón por las putadas que nos había hecho en los meses anteriores. Lo llevamos en volandas a la calle y en los siguientes días no subió a la habitación del colegio mayor a dormir, sino que se quedaba con Diego, el portero de noche, en el hall, acurrucado en un sillón y con un ojo abierto y otro cerrado. Creo que el cojo se llamaba Diosdado, si no recuerdo mal. Mis amigos del colegio mayor "Fernando el Santo" recordarán la anécdota y también que quien urdió dejar abandonado al cojo fue Joaquín Guerrero, paz descanse, su compañero de habitación, harto de aquel cabrón. Pues ya digo que el volcán herreño nos tiene a todos en un sinvivir y me han dado ganas de llamar al que más sabe de estas cosas: a mi amigo el profesor Juan Carlos Carracedo, para que me diga algo sobre este fenómeno temblón que hace que la isla crezca y se tambalee. Y que me explique cómo se puede detectar, entre tanta masa, un crecimiento de cinco centímetros de isla. A esto se le llama hilar fino: El Hierro ha crecido cinco centímetros -¿de alto, de ancho, de qué?-. Me dan ganas de ir al Hierro, a visitar a viejos amigos, entre ellos a Tomás Padrón, ya jubileta como yo. Pero me da pereza montarme en un avión de "Binter" para estar dando saltos pequeñitos por ahí. Así que sentiré la movida desde Tenerife. Dicen que el temblor del viernes fue sentido por vecinos de las cuatro islas occidentales, pero yo debo de ser duro de oídos y de sensores porque ni me enteré. Cuando lo de Sevilla estaba oyendo Radio ida, me parece, que ponía una música estupenda. Y hablaba con unos cuantos, de madrugada, sobre la existencia de Dios y esas trascendencias. Yo tenía como veinte años y estaba enamorado de una cordobesa con los ojos más bellos que han existido jamás. Se llamaba Mari Filo Higueras y murió, recién graduada como médico, en un accidente de circulación. Entonces sentimos un temblor interminable que nos dejó a todos perplejos y sin reaccionar. Acabamos en la calle, siguiendo las instrucciones que nos habían dado siempre para afrontar sucesos naturales como el que estábamos viviendo. Recuerdo el silencio de la gente, esperando las réplicas, que llegaron. No sé bien la intensidad, pero algo así como 7,6. Se puede comprobar en la web del Instituto Geográfico Nacional, muy divertida. Ahora les toca a los herreños. Si Padrón Machín viviera habría hecho ya sus dos crónicas, una para EL DÍA, firmada con su nombre y apellidos, otra para "La Tarde", con el seudónimo de Daniel Padilla. En sus tiempos, en El Hierro no pasaba nada, pero él siempre encontraba de qué escribir. Nunca tuvo Machín, para su desgracia, un terremoto que echarse al gaznate. Hoy su isla, la séptima, se llena de científicos que abarrotan los alojamientos y circulan deprisa, como si se les hubiese perdido algo. El Hierro, Dios, la isla en la que nunca pasaba nada, es actualidad en todo el mundo. Esperemos que por poco tiempo: que lo que tenga que salir salga de una vez, y que escampe. Y que cesen esos temblores cercanos.

(*) Los herreños viven en medio de la zozobra, escuchando y sintiendo a un volcán que no acaba de aparecer.