En el Puerto de la Cruz se había acabado el pescado. O, al menos, la afición a comer pescado. Porque, claro, nadie se levantaba de madrugada para ir al muelle a coger lo mejor que traen las barcas. Podías comerte una cabrilla allí, una vieja aquí, unos pulpos en el otro lado. Pero Min ha convertido el pescado en algo delicioso. Y sus mojos ("con mis mojos no repites") son una auténtica delicia. Min, que ha recibido un premio a la calidad del Cabildo de Tenerife, ha hecho de la cocina un arte. Juan Mari Arzak me lo dijo una vez, en el Alto de Miracruz, en San Sebastián: "La cocina es arte". Y preparar bien el pescado lo es más. Min tiene escondida una botella de "Buchanam" de 18 años que le trae su amigo Paco Yanes de Venezuela, pero se queja de que Paco no le está cumpliendo con el whisky. Y llora amargamente, apurando los últimos sorbos de la que tiene escondida. Yo les aseguro que no hay calamares como los de Min, ni pulpos, ni los pescados del mar portuense, que antes era fértil y ahora es selecto. Este restaurador, que en invierno se pone bufanda aunque haga calor, "porque padece", da dos turnos los fines de semana: "Es que tengo un turno para los diabéticos" y otro turno para los que comen de todo. Su tasca, junto al muelle, huele al yodo del mar. Y la cocina es rápida como el viento. Su mujer, Mercedes, es la jefa de cocina. Y lo borda. Borda todos los platos que elabora, que no se limitan al pescado porque puede preparar un puchero para chuparse los dedos. Pero no desviemos el tema: Benjamín Carballo Martín, ranillero hasta la médula y con apellido ranillero de pro, ha revolucionado la cocina del pescado en un pueblo de pescadores (que ya no lo es) y que se había olvidado de que la gastronomía del mar es exquisita, selecta y sabrosa. Lo peor de Min son los chistes; además de verdes son muy malos. Pero él se empeña en contárselos a los clientes. Alguno se ríe, pero yo creo que es en agradecimiento por lo bien que comió, no porque le hagan gracia. En fin, el que prueba, repite. Cuando yo era chico iba con mi abuela a la pescadería del Puerto, a un tiro de piedra de la Tasquita de Min, a comprar el pescado para mi casa (que a mí no me gustaba). Las pescaderas eran tres: Candelaria, Luisa y María del Carmen, si no recuerdo mal. Llegaban los barcos y descargaban el pescado, vivo, sobre aquellos mostradores, inclinados, de piedra. Y ellas lo limpiaban y lo ofrecían a los clientes. Mi abuelo era un forofo del pescado del mar de su pueblo. Lo saboreaba con gran deleite. Los extranjeros se chupan los dedos en casa de Min y preguntan qué pescado es y él se lo explica, en su pichinglis. Una vez, en Casa Vidal, en La Laguna, entraron unos godos porque vieron en la pizarra: "Hay carne de gacela". Los godos, tan contentos, preguntaron que si aquí había gacelas y Vidal les dijo que no, que a él se la traían directamente de "Mamibia" (sic). ¿Saben lo que era?: sabrosa carne de cabra, primorosamente preparada. Los godos flipaban. A Min le preguntan los godos por el pescado y él los ilustra sobre su procedencia, más allá del limpio portuense, casi en alta mar, donde va la "San Ramón" a echar las nasas. Él vende cantidades impresionantes de pescado y más cosas, muchas más cosas ricas. Las mejores lapas de mi vida me las he comido ahí, pero ahora no sé si están prohibidas. No voy a decir nada, por si acaso. Min es compañero mío desde los tiempos del colegio. Ya saben que en el Puerto nos conocemos todos. Pero lo suyo no era el saber en general, sino el saber de pescado, que es otro tipo de saber muy instructivo y muy lucrativo. Ya, por fin, desde hace tiempo, no hay que ir a la Isla Baja para comer un buen cherne, una viejita, un gallo, una morena, un medregal. Lo que sea. Hay que ir al Puerto de la Cruz. Cuando tantos títulos se regalan, a Min le vendría muy merecido un reconocimiento de la ciudad, igual que se lo ha dado el Cabildo. Tiene un defecto, difícil de olvidar. Un defecto grave, que no le voy a perdonar nunca: es forofo confeso del F.C. Barcelona. Nadie es perfecto. Espero que me guarde el último sorbo de la botella de "Buchanam" o que escriba a Paco Yanes para que le traiga otra de la tumultuosa Caracas, que se debate entre muerto y muerto. Yo, cuando iba a Venezuela, las compraba en el Economato de las Fuerzas Armadas, en Puerto Cabello, y traía cajas para acá, cuando atábamos los perros con longaniza. La próxima vez que vaya a ver a Min le voy a llevar una sorpresa: una botella de "Buchanam" de 25 años, manjar de dioses, que guardo como oro en paño. Pero con la condición de que nos la bebamos entre los dos. Me la regaló mi amigo el hombre de la televisión Guillermito "Fantástico" González, comprada en Margarita y llevada de estranguilis al continente. Él que ponga el pescado de las barcas del amanecer. Yo pongo el whisky escocés transoceánico: Venezuela es el país del mundo que más whisky consume, de calle. Y así sucesivamente.