Cada Viernes de Lázaro, dentro de la Semana Santa de La Laguna, hay una tradición que se mantiene pero cuyos orígenes pocos saben. Se trata de la costumbre de comer huevos duros acompañados de un vaso de vino.

El viernes pasado, en la plaza de San Lázaro, la tradición se fomentó más que otros años, pues se montó un ventorrillo con los huevos duros, el vino tinto y manises por toda la barra. El objetivo era recaudar fondos para poder restaurar uno de los techos de la iglesia de San Lázaro, concretamente en el de su capilla, para que no se siga mojando, y evitar que el deterioro vaya a más y repercuta de forma negativa en los ornatos del templo.

Las señoras que estaban al frente del ventorrillo dijeron que, "desde tiempo remotos, por el día de San Lázaro, hay que comer un huevo duro con un vaso de vino, y que en Semana Santa esos huevos duros se cortan en rodajas para acompañar a las arvejas compuestas, por ser un plato representativo de la gastronomía de vigilia, en sustitución de la carne".

El huevo duro se remonta a épocas anteriores al cristianismo. Se comen generalmente en Europa -más en el norte que en el sur- y América, así como en otras partes de occidente. El huevo duro es, además, un símbolo de fecundidad, rejuvenecimiento y abundancia. El cascarón del huevo, al ser liviano y fuerte, ha sido motivo de fascinación para muchos científicos, según ha destacado Gideon Zeidler, especialista en ciencias avícolas.

La preparación de los huevos duros se remonta a Jerusalén, en tiempos bíblicos. Durante la Semana Santa, en Italia es simbólico del comienzo de la vida.

San Lázaro ha dedicado muchos esfuerzos a mantener sus costumbres, y por ello la del huevo duro tiene y tendrá un gran futuro en su acontecer histórico-tradicional.