Hace 14 años me invitaron a dictar una conferencia en el Casino de los Caballeros. Yo tendría que tirar de archivo para acordarme, y lo hubiera hecho si mi dilecto amigo Antonio Salgado Pérez no se me hubiese adelantado. Antonio, que debe tener un archivo más diáfano y mejor organizado que el mío, me recordó el pasado 1 de mayo que mi charla se tituló: "El periodista, ¿un ser eminentemente peligroso?". Yo era director, entonces, de "La Gaceta de Canarias", de tan grato recuerdo para mí, hoy desaparecido, como tantos otros periódicos a los que venció la crisis. Digo esto a cuento de que el día 19 de mayo volveré a estar en el Real Casino, esta vez para predicar sobre "Las tribulaciones de un cronista de provincias". Antonio sigue recordándome cosas. Rojas, que es un colaborador de este periódico y a quien premiamos no recuerdo si con un "Leoncio Rodríguez" o con un "Rumeu de Armas", me pidió en el coloquio que siguió a mi disertación que definiera lo que, para mí, es un periodista. Y yo le respondí, casi sin pensármelo: "Un periodista es un farsante". Recuerdo que la audiencia se sorprendió y se registraron murmullos entre el público, a causa de mi respuesta. Primero habría que desenmascarar a tantos chisgarabís que se hacen pasar por periodistas, sin estar afiliados a colegios profesionales o asociaciones reconocidos. Son esos que vemos en la televisión local pontificando a gritos, sin cultura, sin los mínimos conocimientos para ejercer; unos auténticos atrevidos. Pero cuando uno se hace pasar por médico, lo meten en la cárcel; igual si ejerce como abogado o como ingeniero, sin serlo. Al que se autollama periodista y ejerce como tal, sin haber pasado por la universidad o sin estar acreditado por una asociación o un colegio legalmente capacitados, no les pasa absolutamente nada. abría que sacarlos a palos de los medios de comunicación, pero no por otro motivo que por ignorantes. Y por intrusos. El intrusismo parece que vale para castigar a los usurpadores en todas las profesiones, menos en la nuestra. Por eso dije yo, y repito, que un periodista es un farsante. Y lo somos hasta los que sí estamos acreditados y nos hemos dejado las pestañas en las escuelas y en las universidades. Esta profesión, todavía, conserva un cierto romanticismo y un aura bohemia que cautiva a los más jóvenes. Pero ni somos románticos y bohemios quedan pocos. Yo nunca lo fui. Me planteé, al principio, el periodismo como un servicio a la sociedad y aún sigo viéndolo así. Pero en ninguna de las facultades que he visitado he visto leyenda alguna que nos conmine a ser unos robaperas. El periodismo es una profesión lacerante y los medios de comunicación, singularmente televisiones y radios, se han llenado de una suerte de analfabetos que saben de todo y opinan de todo con una soltura, con un desparpajo y con una insolencia que tiene que dolernos. Se trata de una auténtica revolución de los mediocres. Con este mismo título, el pasado primero de mayo, en el "ABC", su redactor-jefe Jaime González se preguntaba dónde están los mejores de la Universidad española. Si yo traslado sus preguntas a esta profesión, también valdrían las consideraciones expuestas: "Dónde están los mejores? ¿Dónde moran el pensamiento, la intelectualidad o la ciencia? Confinados en un rincón, los mejores no forman parte del sistema por la sencilla razón de que la única manera que tienen los mediocres de perpetuarse en el poder es rodearse de mediocres". Cuando yo veo que auténticos analfabetos funcionales que pueblan los medios audiovisuales se permiten criticar por sistema a programas de televisión "rivales" llenos de contenido y de sentido común, me echo las manos a la cabeza. ¿En manos de quiénes podríamos caer? ¿Qué influencia podrían tener estos mindundis en la opinión pública? ¿La tienen realmente? Por eso, probablemente, el amigo Rojas no se extrañó, en 2000, cuando a su pregunta de qué era para mí un periodista yo le respondiera, sin pensármelo, que "un farsante". Todos corremos el peligro de contagiarnos de la mediocridad, que es el peor estado del hombre. Si el día 19 me hicieran la misma pregunta volvería a responder lo mismo, porque mi opinión no ha variado esta vez. Ya saben que muchos me acusan de cambiar de opinión con frecuencia. ¿Se imaginan que uno pensara igual toda la vida, sin tener en cuenta las alteraciones que se producen cada minuto en el mundo? Si sólo me pueden acusar de cambiar de opinión frecuentemente, entonces estaría seguro de que he llegado al estado ideal de un informador: porque estaría contando lo que veo, que cambia no todos los días, sino cada segundo. En fin, son disquisiciones que se me ocurren cuando escribo el texto de mi nueva charla en la citada tribuna, que bien podría reiniciar con un "decíamos ayer", como fray Luis de León. "Un periodista es un farsante", le dije a mi interlocutor de aquel día. Y lo mantengo. El periodista, por muy bueno que sea, tiene que caer en la farsa porque opina constantemente de lo que no sabe. Y si esto lo hace el culto, ¿cómo será el mindundi vociferante que se apropia de un medio para vender su miseria y su interés? ay gente muy buena en los medios audiovisuales, pero también otros que claman al Cielo. Asistimos a la revolución de los mediocres, que es imparable; sin duda. Y un dilema final: ¿qué foto le pongo yo al artículo de hoy?