Yo recuerdo que, cuando me jubilé, un amigo me escribió un breve poema: "Júbilo al jubileta/la vida es como el paso/del chupete a la chancleta". Que razón tenía mi amigo, que no es poeta pero merecería serlo. A los jubilados los llaman "corredores de bolsa". Pero de la bolsa del pan. Triste destino de aquel al que su mujer lo despacha desde por la mañana rumbo al recadeo; le entrega la bolsa del pan y le dice que no vuelva hasta la hora de comer para que quien no tiene nada que hacer no ande destapando los calderos de la comida y metiéndose delante de la esposa en la cocina, tirando la sal e importunando a su santa. El jubileta no camina, sino que plancha, arrastra los pies por la ciudad, dejando tras de sí los surcos de su propio infortunio. ¿Qué le queda? Le queda un banco del parque para discutir de lo que no sabe con otros jubilados de similar suerte. Ha perdido la líbido y ve pasar las chiquillas de 18 y las jamonas de 50, sin convicción, sin interés, mirando continuamente el reloj, a ver si ya es hora de llevarle el pan a la fiera. o no quisiera ser nunca uno de esos personajes de ojos entristecidos y suspiros de España; sí me gustaría ir a buscar a mis nietos al colegio y contarles de qué va esta tierra de gaznápiros, de pillos y de ignorantes. Luego llega el hombre con el pan y se sienta a la mesa, casi sin palabras, a comerse la sopa y la rutina, sin fuerzas para echar un piropo a la santa sino para leer las esquelas y decir: "Este era más joven que yo" y llevarse un alegrón por haber despachado al desconocido y un sofoco cuando cae un amigo porque hay que ir a despedirlo a la iglesia, con olor a incienso y un par de lágrimas. No sé por qué a los jubilados les encantan las obras. En Estados Unidos -el encantamiento parece mundial- abren huecos en las vallas de las obras para que el jubilado meta en ellos la cabeza y mire sin riesgo y que no se alongue y se mate. El jubileta siempre le dice al otro que el acceso a la obra está mal y que el camión va a volcar; y va el camión y vuelca porque el jubilado ha visto tantas obras que ya es arquitecto o ingeniero consumado y domina los espacios y los gálibos y los grados de las pendientes como un avezado hombre de la construcción. Los veo, dándose lecciones de urbanismo en los bancos de la plaza y mirando siempre para arriba, como si ya sintieran la llamada del Cielo más que la atracción de la Tierra. Siempre me han inspirado ternura. Braulio les ha dedicado canciones a los viejos, canciones muy hermosas; Braulio es un poeta y yo no: "Déjalo volver/que quiere envejecer contigo/déjalo quedar que quiere recobrar tu amor;/déjalo, mamá, y olvida ya tu vieja herida/déjalo quedar y entierra tu despecho en su dolor", canta Braulio al padre que se fue un día, quizá a Venezuela, y ahora quiere volver. Les ha pasado a muchos, Canarias es maestra en despedidas y recibimientos, en nuevas vidas y en dobles vidas. Pero siempre nos queda la bolsa y el pan, principio y fin de la vejez, banderola urbana que distingue a los que han pasado el umbral, a los que están más allá que acá. luego también los viajes del Imserso, pozo magnífico de conocimientos, traqueteo infame que agita a los viejitos y los devuelve agotados a su punto de origen. Días de recuperación, ibuprofeno para las agujetas y vuelta a la bolsa o la vida por aquello de "júbilo al jubileta/la vida es como el paso/del chupete a la chancleta", que escribió mi amigo que es un cabronazo y que no pasará nunca a la tercera edad porque juega al tenis, no fuma y se conserva como un pibe. Éste nunca lleva la bolsa del pan a ninguna parte, sino la raqueta. Igual que escribo las historias del mago me apetece glosar la existencia del jubileta, del animoso y positivo y del pesimista que arrastra los pies desde el momento en que recibe la primera paga de mierda que concede el Estado a quien le ha dado al Estado mucho más. El pito ya no lo siente aunque lo sienta, a no ser algún salido, que también los hay, que quiere, sin éxito, reverdecer la vieja gloria. Una vez le eché un piropo a una chica que pasó por el kiosco "Numancia" -tomaba yo café- y me respondió, con el odio reflejado en su rostro: "¿Qué te pasa a ti, Ancianator?". me jodió profundamente. Estuve varios días sin poder levantarme y no le conté, por vergüenza, aquel lance a nadie. Son ustedes los primeros en saberlo. a lo saben: "Júbilo al jubileta/la vida es como un paso/del chupete a la chancleta". Entrañables corredores de bolsa, ya sin mercado de valores a los que atacar sino con los bollos en su interior, un parisién y una torta de manteca; alguno con el transistor en el bolsillo y el auricular en una oreja oyendo por enésima vez la lista de Del Bosque y dando pasos cortitos, sin pisar -por pura superstición- las uniones de las baldosas, como el entrañable y honesto Carmelo Rivero, que parece que camina saltando y con la mente puesta en Radio Club, donde no se jubiló sino que lo jubilaron unos cabrones. Dios mío, vamos proa al marisco sin tener noción del tiempo, sin acordarnos de lo que pasó, sin ser capaces de asimilar tantas y tantas cosas que nos ocurrían todos los días para que ahora no nos ocurra casi nada, viendo lanzar pollos al compañero de banco y saltar a los lagartos para que nos les llegue el certero proyectil. "Júbilo al jubileta/la vida es como el paso/ del chupete a la chancleta". Menos mal que algunos nos estamos escapando de todo eso. Por el momento. Porque yo mientras me pongan a parir por ahí, y aparezca crucificado en los digitales, no me consideraré jamás un jubileta, sino un soldado en la puta trinchera, de donde no pienso salir hasta que no mande a la tumba, de pura envidia, a esa partida de hijos de puta.