El pasado domingo, en la romería de San Roque de Garachico, se produjo un nuevo episodio de violencia contra animales que acabó con la vida de un toro.

El recorrido de la romería estaba a punto de finalizar, a la altura del antiguo hospital, cuando el animal se desplomó exhausto tras el brutal esfuerzo al que fue sometido. Incapaz de ponerse en pie, ya en estado moribundo, recibió un trato violento y vejatorio: los "guayeros", con enorme brutalidad, comenzaron a pincharlo con la vara y a pisarle el rabo con la bota.

Al ver que el animal agonizaba tras la brutal paliza optaron por retirarlo en un camión de contenedores de escombros. Aún agonizante, lo amarraron por los cuernos con una cuerda y lo arrastraron con la grúa para subirlo a la parte trasera. Cuando casi estaba arriba, la cuerda se partió -da idea de la brutalidad con la que tiraron y de lo que le pudo pasar al público- momento en el que el toro, "supuestamente murió". El otro de la yunta mostraba síntomas de agotamiento, pinchazos y una gran herida por la que manaba abundante sangre.

Este tipo de incidentes ponen al descubierto las duras condiciones a las que son sometidos los animales: asfalto resbaladizo, pendientes demasiado pronunciadas, carretas excesivamente cargadas... También demuestran la falta de seguridad en las romerías: roturas de ejes, posibilidad de embestida, desatención de la yunta (dejar la conducción y la carreta en manos de menores), embriaguez de los responsables, etcétera.

El suceso de Garachico adquiere mayor gravedad al constatarse que los protagonistas de los abusos eran un directivo de la asociación de ganaderos y un miembro de la federación de arrastre. Es la punta del iceberg formado por un grupo de personas que manejan parte de la cabaña ganadera isleña y se han especializado en organizar de forma exclusiva romerías y arrastres.