El otro día hablé de Santa Cruz, como Paco Pimentel en "Santa Cruz la nuit". De los personajes pintorescos de la ciudad, el más urbano, servicial y educado era venanceo, que trabajaba de limpiabotas.

Me cuenta un amigo que llevaba sus versos a "La Tarde", como ya he dicho aquí, dedicados a su amada, que creo que se llamaba Lorenza.

Don Belisario Guimerá, ex alcalde de la ciudad, se reunía todos los domingos al mediodía, en la plaza de la Candelaria, a intercambiar ideas sobre Santa Cruz, con don Víctor Zurita, el inolvidable periodista.

Una vez, tras la reunión dominguera, y de regreso don Víctor a su casa para almorzar, al llegar a la altura de los cafés "Cuatro Naciones" y "La Peña", muy concurridas sus terrazas a esas horas, venanceo le pidió que le diera su bendición. Accedió el periodista, en funciones de monseñor, entre los aplausos de las docenas de personas, casi todas ellas comerciantes y empresarios, a las que don Víctor correspondía, sombrero en mano.

venanceo era hermano de don Urano, recordado director del Banco Hispano Americano, un hombre que vestía con pajarita y traje inmaculado, muy querido y respetado entre sus clientes, cuando los bancos eran serios. No como ahora.

De los personajes curiosos de Santa Cruz destacaba Pedrín, que pellizcaba el culo a las chicas que comían bocadillos de tortilla en un conocido negocio de Viera y Clavijo. Y Cambray Zamorano dirigía como nadie el tráfico en la calle de La Marina, unas veces cargado, otras emporrado.

n enero pasado murió Manolito "el Arroz", famoso por su desarrollado atributo viril, personaje muy conocido en la zona marítima de Santa Cruz. Y queda el recuerdo de Satán, Carmita -que vendía periódicos-, el Papito y toda aquella atrabiliaria fauna; han ido desapareciendo, uno tras otro.

Mi amigo me recuerda una anécdota protagonizada por Zenón Mascareño, recordado político y dirigente agrario. Resulta que un hijo de Carrero Blanco se empeñó en importar bananas de Guinea, que dañaban seriamente la reserva del plátano de Canarias que existía en la Península. Y el gobernador de turno, muy presionado por los plataneros de Tenerife, pidió audiencia a Franco en un intento de arreglar el problema.

La comitiva agraria tinerfeña tuvo que comprarse un frac por barba, que era la prenda con la que se visitaba al caudillo en aquel tiempo. Y en l Pardo se plantaron, en compañía del poncio. Recibieron la recomendación de que no le apretaran mucho la mano al viejo dictador y que no hablaran si no lo hacía él antes y sólo lo que les preguntara.

ntró Franco en la sala, acompañado del ministro de Agricultura, les dio la mano a todos y, manteniendo la distancia, les dijo con aquel hilito de voz: "Sé a lo que vienen; he dado las órdenes oportunas para que en la Península sólo se puedan vender plátanos de Canarias. Buenos días". Y se fue. ¿Y saben lo mejor? Pues que a partir de aquel momento se acabaron las importaciones del plátano de Guinea y en la Península sólo se consumieron, durante años y años, los plátanos de Canarias. Palabra sí tenía.