Faulkner echaba de su casa a todo aquel que le hablara del tiempo. Y hubo una película de Nicholas Cage en la que al protagonista -o sea, a él- le tiraban tomates por la calle, por arruinarles los fines de semana a millones de ciudadanos, ejerciendo de hombre del tiempo. No daba una. Así que recordando a Faulkner y a Nicholas Cage, hablar del tiempo es extremadamente peligroso. No lo haré, aunque pensaba hacerlo.

Pues entonces hablaré del culo, que es lo que ayer publicó este periódico, ejerciendo de vanguardista, con gran contento de los estetas y de los vasioletas. De los estetas, enamorados del universo de las formas, y de los vasioletas, por razones más que obvias.

Ernesto Salcedo, a quien Dios haya acogido en su seno, me decía siempre que el mejor hombre del tiempo de la historia fue don Enrique Cañadas, a la sazón jefe del Servicio de Meteorología de Santa Cruz, porque anunciaba para el día siguiente nubes medias, altas y bajas y entonces acertaba con rotundidad en sus pronósticos. En algún sitio tenía que estar la nube.

En los países anglosajones, o sea, serios, el tiempo es una información vital, principalísima. Aquí, no. Aquí no hacemos caso de nada, entre otras cosas porque la información del tiempo es muy mala. Pero todos los periodistas no deberíamos hacer otra cosa que hablar del tiempo, porque si hablas de política corres el riesgo de que no te publiquen los artículos. Es mejor hablar del tiempo, que si no aciertas sólo te tiran tomates.

Y como ya Faulkner no puede invitarte a su casa, porque está criando malvas, pues ya está, ya tienes solucionada la vida. Estudia para meteorólogo, como Odalys Padrón, que no acierta ni el tiempo ni nada. Ahora andan emputados el tal Corrales y ella, mirándose de reojo en los plenos, y ya ven que estoy hablando de política otra vez, cuando a una servidora lo que hagan Odalys y Corrales se la trae al pairo.

En fin, que hoy, como he tenido que trabajar el doble, me pedía el cuerpo un canto al tiempo y al culo, que por primera vez fue portada de este periódico en el día jueves, como dicen los venezolanos y a mí me parece una cursilada. Aquí, el mago de medio pelo ha sustituido el plural buenos días por el singular buen día.

Y al fin de semana los pijos lo llaman finde, otra cursilada. Esta Academia, que da tantos tumbos, acabará aceptando la cosa y aplaudiendo lo vivo que está el idioma. Si Faulkner levantara la cabeza.