La cotidianidad es lo que tiene: ofrece imágenes como esta a diario. Algunas son recogidas por la mirada del fotógrafo, que las capta rápidamente -sabedor de la inmediatez y de la rauda metamorfosis de cualquier estampa-; otras se quedan en la retina del peatón durante algunos minutos, o incluso días, y la mayoría ni siquiera se miran, resultan invisibles o se olvidan rápidamente. Devoramos imágenes que desechamos tan pronto nuestro cerebro las digiere, para, inmediatamente, tragarnos otras tantas. Sin detenernos. Es así.

La estampa captada por María Pisaca puede parecer tan cotidiana, tan semejante a otras muchas, que cualquiera prescindiría de un stop para escudriñar su composición: un vagabundo, un indigente, un sintecho, un marginado -como quieran llamarlo- le da la espalda al día y se enrosca sobre sus cartones, con sus pertenencias al lado: una pequeña botella de agua y una bolsa de plástico con "cosas" dentro. No pide. Ni siquiera se esfuerza ya en ello. No hay un papel que ponga "Ayúdenme" o cualquier recipiente donde poder depositar una limosna, o un donativo. Los pies descalzos. La cara oculta. Y como cabecera de cama un gran cartel de la Red Transfusional Canaria que informa al viandante: "Aquí puedes donar".

Y no es que una imagen valga más que mil palabras, es que las contiene.