No puedo evitar hablar de donde estoy. Ya saben ustedes, porque yo lo he contado, que estoy en Jerez por motivos familiares. Y, claro, he aprovechado para recorrer la tierra en donde viví parte de mi juventud: Cádiz, Sanlúcar, Sevilla, Málaga, Huelva, el Puerto de Santa María, con una obligada (por Loli) excursión a Chipiona -vaya monumento más ridículo que le han erigido a Rocío Jurado-. No vi -por fortuna- al hermanísimo, Amador Jurado (¿o es Mohedano?). La playa de Regla es una de las mejores que he visto en mi vida. Ya han retirado los chiringuitos del verano; una pena. En Jerez, tierra de vinos y de caballos, la gente es tan hospitalaria que nos trincan el acento y nos han cantado una folía -impecable- por la Calle Larga; en la isla hubieran multado a los músicos, porque ahí, en Tenerife, hasta cantar está prohibido sin pagarle al Ayuntamiento. En Jerez puedo ver una guitarra o un acordeón en cada esquina. Y suenan de maravilla. Peter, un inglés con muchos años aquí, ha interpretado a John Lennon al lado del Ayuntamiento. La gente es alegre y no está deprimida, a pesar de que muchos no tienen dónde caerse muertos. El señorito andaluz no pierde la dignidad. He visto a uno de ellos, borracho como una cuba, permanecer impávido en una barra, tambaleándose sobre sus pies pero sin perder el equilibrio y, por supuesto, sin derramar una gota de su copa de Tío Pepe. Y vestido como un señorito andaluz: camisa de manga baja, arremangada, moreno Agromán, pantalón a tono, zapatos marrones, impolutos, gomina, pelo rizado por detrás y lacio por delante y cinto con la bandera española. Me he comprado uno porque a mí la bandera española me gusta, aunque mucho más la canaria. A ver si a alguien se le ocurre fabricar cinturones con la bandera de Canarias. En Sanlúcar me comí un rape con moscas que estaba exquisito, junto a la desembocadura del Guadalquivir. "Es que el verano está durando mucho", me dice el mesero, justificando que dos enormes moscas naden en mi Cruz Campo. Y el Puerto de Santa María me pareció viejo. Y en Sanlúcar hay unas casas-palacio en la avenida marítima preciosas. Parecen de indianos, como las que yo veía, antañazo, en Boal, allá en Asturias; una amiga mía tiene una allí: supongo que seguirá siendo amiga mía porque hace mucho que no la veo. En lo que ha mejorado mucho Andalucía es en las carreteras; son muy buenas. Y no se ve un guardia civil de Tráfico, no sé dónde los tienen escondidos. He ido también por vías secundarias, muy bien trazadas y señalizadas. Jerez no está bien señalizada. Me pierdo todos los días. Como te pases una calle no te salva ni el mapa del Iphone 5, que, por cierto, es muy malo, lento y te confunde. No le hagan demasiado caso. Yo, metido de lleno en la antipatía canaria, cada vez más acusada, me había olvidado de la simparía andaluza, que es una constante. Ustedes dirán lo que quieran, pero esta es una comunidad donde da gusto vivir. Y muy alegre. A los canarios se nos ha ido el humor, pero no de tanto usarlo, sino de tanta ignominia. Yo veo que la gente ni se ríe. Aquí nos partimos de risa cada vez que me meto por una carretera que no toca. Parezco un desertor del carro, coño. Me he embrutecido circulando diariamente de Santa Cruz al Puerto de la Cruz. Le he comprado a un amigo, para que lo ponga en el coche, un toro que mueve la cabeza al compás de los baches, como aquellos perros que traían de Venezuela y que los magos colocaban en la bandeja trasera del coche. No sé si mi amigo se atreverá a exhibirlo en su carro porque un toro de lidia no está bien visto hoy en día. Por cierto, Fernando Sánchez-Dra ha hablado en Sevilla a favor de los toros, a teatro lleno. Este va ser un largo debate que los amigos de los animales tenemos perdido en Andalucía: las corridas de toros aquí son algo más que una religión. Y todo lo que tiene que ver con el toro también. En fin, que estoy gozando mucho con estas crónicas andaluzas que me trasladan, ya digo, a mi juventud. Aquí pasé un tiempo estupendo de mi vida; hice de todo menos estudiar, con gran cabreo de mi padre, que un día se presentó en Sevilla, me dijo que me pusiera un abrigo -era invierno- y me llevó para el aeropuerto de San Pablo. Quedé compuesto y sin novia, en la más amplia acepción de la expresión. Me lo busqué, por listo. En estos días me tomo la revancha, pero mi pobre padre ya no lo puede ver.