De un tiempo a esta parte, ciertos políticos parecen resueltos a descubrir públicamente los contenidos y la naturaleza de sus pertenencias materiales, desde la enumeración euro a euro de los honorarios que perciben hasta el registro pormenorizado de sus títulos de propiedad. Ciertamente da que pensar que un comportamiento que según los cánones de la democracia debería considerarse normal y algo consustancial al ejercicio de la gestión pública, se ofrezca ahora como excelsa virtud, eso sí, bien envuelta en el ideario de la más pura de las transparencias y acompañada por un firme compromiso de honestidad y de búsqueda del bien social.

Habrá quienes se afanen en reformular aquellas viejas maneras de unos líderes que exhibían como argumentos centrales de sus campañas pesados curriculums rellenos de magníficas obras, proyectos ideales, futuros cargados de crecimiento y desarrollo, horizontes de buenas promesas, felicidad a manos llenas... Imagino que los asesores de imagen ya habrán desterrado de sus estrategias los repartos indiscriminados de abrazos, el ceremonial de estrechar manos, la fórmula de los besos -especialmente dirigidos a los niños-, acaso alertados por la presencia de cualquier Pequeño Nicolás.

Ese modelo de entender la cosa pública, alabado y repetido hasta ayer mismo, ha saltado hecho añicos a la luz de una conciencia popular que entiende lo que quiere oír y exige otras respuestas. Porque esta "pose" de ahora -que no nos engañemos tiene mucho de obligación impuesta por el nuevo escenario que marca la inquietante y convulsa irrupción de Podemos-, señala a una clase política que, entre dientes, ya admite cierta cuota de complicidad en tantas perversiones y podredumbres que se han incubado a la sombra de un sistema que dicen heredado, pero construido a medida de sus intereses.

Con todo -al menos a partir de números-, resultaría complejo evaluar el grado de influencia que resulta del ejercicio del privilegio; los réditos que pueden acumularse desde una situación de dominio; la erótica que desprende la práctica del poder...

Lo que sí me temo es que a estos políticos no vamos a encontrarlos al final del último viaje, ligeros de equipaje y casi desnudos, como los hijos de la mar. Eso, al menos todavía, queda reservado a los poetas.

*Redactor de El ía