El presidente de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Joaquín Astor Landete, recordaba a finales de la semana pasada la urgencia de abordar sin más demora la reforma de un Código Penal absolutamente obsoleto, que no solo ofrece una respuesta tardía a los supuestos que se plantean sino que, además, resulta enormemente descompensatorio, y por lo tanto "injusto", en su aplicación. Lo cual se antoja una curiosa contradicción, puesto que es el concepto de Justicia el que se pretende impartir para ejemplo y equilibrio de la cosas, que se suele decir. Este principio básico no es algo que debamos olvidar.

Y baste para entender el fondo de esta retórica el supuesto real que planteaba Astor Landete: "Hoy por hoy resulta igual de caro robar una gallina de un corral que cometer un acto de corrupción". "Si alguien roba una gallina tras forzar la puerta de un corral la pena que cabría imponerle gira entre uno y tres años de prisión. Esta condena es la que se va repitiendo en los delitos grandes de corrupción como la prevaricación o defraudación".

Yo, señores, ahora que lo pienso, no conozco a ningún ladrón de gallinas, pero estoy segura de que cualquier ciudadano de a pie, cualquier hijo de vecino, cualquier persona con dos luces o dos dedos de frente, como se suele decir, estaría de acuerdo en considerar este rasero legal, por el cual se igualan estas acciones punibles, de auténtico disparate. Es más, nadie en su sano juicio podría tomarse en serio ni sentir el menor respeto por un Código Penal que encierra tamaños despropósitos, que no se corrigen, que no se enmiendan, que no se adecuan, como apuntaba Landete, simplemente porque a los Gobiernos -sea cual sea su signo- no les viene en gana. Así de simple es la cuestión: no hay voluntad por parte de los órganos gobernantes de modificar una herramienta básica que ahora más que nunca los está beneficiando de una manera vergonzosa.

Y se quejan -los políticos-, en un acto diario de escandaloso corporativismo, de que hoy por hoy la vida pública se ha judicializado. En realidad, se quejan por todo. Yo, por si acaso, si alguna vez tuviera un corral, pondría un cartel bien grande avisando: "¡A las gallinas, ni tocarlas! Que se te va a caer el pelo".