El pasado 10 de diciembre se conmemoró el Día Internacional de los Derechos Animales, efeméride instaurada en 1998, justo cincuenta años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ambas fechas -desconocidas, ignoradas, desapercibidas-, más que celebrar nada, denuncian una gran falacia; recuerdan que lo que tendría que ser no es; proclaman que lo escrito, lo firmado, lo pactado se ha incumplido y se quebranta todos los días del año. Nada excepcional por otra parte; lo contrario sí que sería de júbilo. Así somos nosotros, los seres humanos, tan dados a proclamas, a panfletos, a declaraciones, a pantomimas, que, en el mejor de los casos, solo recogen buenas intenciones -como si las buenas intenciones se pudieran fosilizar en documentos, y no tuvieran que renovarse en un voto diario-. En una particular invitación a la esperanza, escribía Antonio Gala, fervoroso amante de los animales y defensor por igual del individuo (y al que alguien llamó en alguna ocasión llorón de perros): "El ser humano es, a la vez, Caín y Abel. Eso es lo que tenemos. Estamos hechos con la humilde y gloriosa madera de los sueños. Con la madera se puede hacer un laúd o un patíbulo".

Resulta, igualmente, que en este año que ya nos dice adiós se cumple un siglo de vida de una obra que muchos leímos -niños y adultos- con asombro, emoción y rotundo agradecimiento. Juan Ramón Jiménez universalizaba en "Platero y yo" la figura de un animal tan castigado, vilipendiado y maltratado como el burro y lo elevaba al mundo de lo poético: "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal..."

Todos los días me tropiezo (y no es un acto de torpeza) con historias con las que el espanto, la emoción, la belleza o el dolor cobran una dimensión al menos aproximada; y con las que crezco o me retrotraigo. Por ejemplo, hoy he sabido de Capitán, un burrito de 17 meses. Fue encontrado en Almería, en un descampado, donde unos menores de 15 y 16 años lo habían maltratado salvajemente. Presentaba heridas en todo su cuerpo, estaba desnutrido, deshidratado, y su dueño lo había abandonado a su suerte. En estos momentos está en Sevilla recuperándose.

¿Laúd o patíbulo? Qué elegimos construir con tanta madera.