De uno y otro lado al menos ya se reconoce abiertamente que existe la posibilidad de discutir. Eso, pese a que ciertas voces discordantes no tardaron en acusar al presidente Obama de inclinaciones filocomunistas, un gesto sin embargo nada nuevo en sectores conservadores de la sociedad norteamericana. Mientras, desde la orilla de la Isla, con la sangre aún caliente tras el inicial estallido de euforia, el ritmo se torna poco a poco más acompasado. La gente allí vive acostumbrada a largas esperas y administra los tiempos de otra manera.

Con todo, los enemigos irreconciliables vuelven a reproducir los mismos gestos que otros protagonizaron en épocas pasadas. Porque el intercambio de prisioneros no se queda en un simple canje, más bien representa un aval público de buena voluntad, la respuesta que proclama el deseo de ponerle punto y final a una disputa estéril.

En estos casos, la diplomacia suele moverse con astucia, pero este acercamiento cuenta además con la bendición papal, mediador inestimable en un proceso que se aventura largo y complejo: el futuro también es negociable.

Los cambios no aconsejan prisas. Tras padecer un bloqueo que los ha dejado en el hueso, los cubanos lo confían todo -qué alternativa les queda- a la habilidad negociadora de sus dirigentes, a un Raúl Castro que ya habla de socialismo próspero y apuesta por un modelo híbrido, a la imagen de China, donde una economía de mercado empaquetada conviva con un régimen protagonista.

Las primeras medidas que se plantean no ofrecen dudas: incremento de las remesas, fórmula para conformar una sociedad civil autónoma, la apertura del acceso a internet, además de la liberalización de los viajes y las operaciones financieras, elemento fundamental para proporcionar cobertura a las inversiones. Y como puntas de lanza de la nueva revolución, el turismo y el tabaco.

En este escenario, España parte con la ventaja de ser el tercer socio comercial de Cuba y el primero en el territorio de la Unión Europea (UE). Lo que resulta paradójico es que desde Canarias, tradicionalmente vinculada a la isla caribeña, no se haya movido un pelo, ni se haya escuchado siquiera la melodía de un son.

En algún lugar del tiempo habrá quedado la historia.

* Redactor de El ía