Hay palabras pequeñas y palabras grandes. Derecho es una de las primeras, un concepto decididamente poco emocionante que trae a la cabeza imágenes de libros voluminosos e incomprensibles y de una burocracia polvorienta y fastidiosa, y en el que no parece haber lugar para lo humano. Justicia, en cambio, es una palabra grande; más aún, grandiosa. Quizás por eso solemos escribirla con jota mayúscula. Aunque puede que esta preferencia ortográfica se deba -aventuro la hipótesis- a que cada uno tiene su idea de justicia, y decir justicia es lo mismo que decir Juan, Francisco o Antonio: un nombre propio. Una decisión solo es justa cuando satisface mi idea de justicia -o la de Juan, Francisco o Antonio- y cualquier otra no solo no lo es, sino que es una abominación, un atropello, una maquinación contra los buenos de este mundo (que acostumbran tener muy mala leche, por cierto).

Las fechas navideñas son propensas a las palabras grandes -amor, felicidad, etc.-, así que tal vez yo debería aprovechar estas líneas para reivindicar la justicia. Pero prefiero hacer un pequeño elogio del derecho, del código prolijo, tedioso y mecánico que aplicamos para resolver nuestras diferencias, proteger nuestra convivencia y castigar a quien se salta las normas que la delimitan.

El juez Castro sentará en el banquillo de los acusados a la infanta Cristina. No lo ha hecho porque sea un héroe, un titán, un valiente enfrentado en solitario a un sistema podrido, decadente y corrupto. Solo ha hecho su trabajo -bajo una presión infinita, quién lo duda-, que es aplicar el derecho. No ha tirado por la calle del medio, ignorando leyes y jurisprudencia, para satisfacer su sed de justicia: se ha basado en lo que otros hicieron antes que él -los jueces del Tribunal Supremo que establecieron la "doctrina Botín" y luego la "doctrina Atutxa", que matiza la primera- y si no lo hubiera hecho probablemente habría incurrido en prevaricación.

Ahora sí quiero decir una palabra grande: responsabilidad. Y otra: profesionalidad. Son cualidades de quienes no pretenden estar salvando nada ni prendiéndole fuego a todo para volver a empezar, sino solo haciendo su trabajo.

* Redactor de El Día