Entre el extenso y prolijo muestrario de las debilidades humanas se encuentran aquellas aceptadas socialmente y que conviven junto a las que provocan rechazo. También figuran las consideradas inocuas, ingenuas, pero que con el tiempo evolucionan y hasta alcanzan un grado superior, convirtiéndose en rasgos de caracteres y parte sustancial de personalidades. A este grupo corresponderían, por ejemplo, las poses antinaturales que ciertas personas adoptan cuando advierten la cercanía del objetivo de una cámara; los perfiles que muestran frente a una mirada o esa sonrisa fabricada en el momento justo. Ciertamente, me resultan indignos quienes se aplican en este tipo de ejercicio, por lo que supone de aprendizaje voluntario y desprecio al común de los prójimos.

En buena medida, la clase política representa el conjunto más característico, quizá por su continua exposición al examen público -salvo excepciones-, por la ostentación que suelen hacer de sus privilegios o por el mal uso de la responsabilidad delegada y confiada por los ciudadanos.

A propósito, recuerdo que el pasado mes de marzo, durante una comisión parlamentaria, el consejero de Agricultura, Ganadería, Pesca y Aguas del Gobierno canario, Juan Ramón Hernández, se llenaba la boca al anunciar que en el último trimestre de este año iba a celebrarse el primer concurso oficial del gofio. Y no se ruborizaba entonces al reconocer de forma implícita que un gobierno nacionalista ha denostado, olvidado y ninguneado al que acaso representa su producto más singular, una de las señas de identidad de su ideario, heredado de los antiguos pobladores de las Islas y que, precisamente, la Unión Europea reconocía poco antes, en febrero, inscribiéndolo en el registro europeo de Denominaciones de Origen e Indicaciones Geográficas Protegidas bajo el nombre de "Gofio Canario".

¿El concurso? No se ha celebrado. Y mientras el gofio espera un fisco de atención, por el camino se pierden tesoros como la arveja blanca, la cebada, los chícharos, el garbanzo colorado, habas, lentejones, millo, trigo morisco... Y la dependencia crece y la gente se arregosta...

Los políticos, a lo suyo, moliendo la batata, porque llegado el momento, ninguno admitirá haber metido la mano en la lata del gofio. Y sin concurso.